Antonio
"Estaba pensando en mi esposa Emma, una
joven rubia que había conocido en el instituto. Ella era alumna mía. Al
finalizar sus estudios, hizo la carrera de económicas. Antes de casarnos,
estuvimos viéndonos durante mucho tiempo, tomando cervezas y al final surgió el
amor entre una ex-alumna y un ex-profesor.
El día que la volví a ver y tomamos nuestras
primeras cervezas juntos, pensé en como una joven llena de ideas, algo pija y
ex-alumna mía del instituto, podía seguir enamorada de su antiguo profesor. Soy
negro, le llevó veintidós años de diferencia y que podría ser su padre, si
hubiera sido blanco. Además la primera vez que la volví a ver, creí que ella
tendría novio y estaría casada con él. Al principio pensé que Emma solo quería
coquetear conmigo, pero cuando vi que teníamos cosas en común y quería tener un hombre en su vida, serio y
responsable, decidimos casarnos. Vivimos en un pequeño piso de Torres de la
Alameda. La primera vez que oí el nombre de la calle donde vivíamos, miré al
campo para ver si había un río, pero la verdad es que lo único que había al
fondo de ella, era un hermoso campo.
Todo esto ocurrió después del fallecimiento de
mis padres, que siempre estarán en mi corazón. Os quiero.
Pero lo que nunca imaginé es que alguien cercano
a mí, me pudiera dar una puñalada trapera."
Antonio estaba dormido al lado de su esposa
Emma. Su brazo estaba apoyado en su tripa. Se desveló y miró al reloj que había
en una de las mesillas de noche, eran las siete menos cuarto de la tarde.
Persianas echadas, luces apagadas, sus prendas estaban por el suelo.
Con sus ojos casi abiertos, vislumbró un pequeño
rayo de luz que entraba por la ventana. Antonio se incorporó y apoyó su espalda
en la cama. Se levantó y corrió las cortinas. El hombre negro se quejó de un
tirón que le dio de repente. Volvió a la cama y se puso al lado de su esposa,
rodeándola con sus fornidos brazos. Él la besó muchas veces en el hombro. Esta
se puso frente a él y le dio los buenos días. El negro la acarició su cabello
rubio liso. Ella hizo lo mismo. Antonio rió y dijo.
-Será buenas tardes.
Los dos se rieron y se acariciaron. Emma dejó
que su esposo le tocase su pelo rubio y la despeluchase un poco.
-¿Qué hora es?-preguntó la joven.
-La siete de la tarde.-respondió Antonio.
-¿Quieres dar un paseo?
-Bueno.-afirmó él lanzando una sonrisa amplia.
Ella se sentó en la cama y se puso una camisa
color caqui. Antonio hizo lo mismo. Este
se puso una camiseta oscura a rayas que hacía juego con su pantalón. Emma se echó
colonia. El hombre abrió las ventanas y dejó que el cuarto se ventilase. No era
demasiado grande la habitación. La luz que entraba de afuera, era casi
cegadora, eso hizo que Antonio tuviera que bajar un poco la persiana. El hombre
se fue a la cocina y bebió un vaso de agua. Hizo una mueca. Guiñó el ojo a Emma
y le lanzó un beso en el aire. Esta le
sonrió y se puso un vaso de leche. Emma
le gustaba la leche un montón y siempre se ponía un vaso después de dormir la
siesta. Lo bebió. Se relamió el labio
superior porque tenía un poco de leche en forma de bigote.
Se abrazaron y se dieron un beso. La mujer
estuvo pensando en cómo su sueño se había cumplido: casarse con su ex-profesor,
el cual estuvo enamorada de él desde la primera vez que le dio clase en el
colegio, en cuarto de ESO, cuando ella tenía los dieciséis años. Por eso, hizo
la carrera de económicas, se colocó en un buen puesto de trabajo y contrajo
matrimonio con su primer amor de la adolescencia. Celebraron su boda cuando
ella tenía los veintitrés años y él los cuarenta y uno. Primero vivieron en
Madrid. Luego, a los seis meses, se compraron una casa en un pueblo. Durante un
año, todo fue bien, pero al enterarse de que él había heredado una fortuna,
Emma quiso disponer de ella lo más rápido posible.
La joven se fue a poner las zapatillas al garaje
cuando le sonó el móvil. El teléfono estaba en la mesilla de noche de la
habitación de matrimonio. Antonio lo oyó y fue corriendo al cuarto. Al cogerlo,
no contestó nadie.
-Qué extraño.- exclamó.
En ese momento, Emma
apareció frente a su marido, con cara de sorpresa.
-¿Que sucede?-preguntó esta.
-¿Quien te llama al móvil y no dice nada a cogerlo? ¿me estas
engañando?-preguntó el profesor mosqueado.
-No, sabes que no.-contestó ella poniéndose nerviosa.- yo te
amo a ti y te seguiré queriendo.
Antonio frunció el ceño y estuvo un rato sospechando de la
idea de que su mujer le estuviera engañando. Tras no tener ninguna prueba de
ello y ver la cara de preocupación de su mujer, hizo que se le olvidase esa
teoría y la abrazó fuertemente. Su esposa se tranquilizó. Suspiró. Tras eso,
Antonio se fue a cambiar de playeras.
Emma vio de quien era el número y volvió a llamar. Contestó.
-No vuelvas a llamar a esta hora nunca más.- respondió ella
poniendo una mano en el micrófono del móvil para que no lo escuchase su marido.
-De acuerdo, bebe. Este es el día, nos vemos en un rato. Te
quiero.- respondió el desconocido con voz grave.
Colgó. Antonio apareció de nuevo frente a la puerta de la
habitación, contemplando la esbelta figura de su mujer. Hizo una mueca y la
guiñó el ojo.
-¿Vamos cariño?
-Sí, ya voy.
Los dos cerraron las ventanas del cuarto y fueron revisando
la casa para ver si había algo abierto. Afuera hacía buen tiempo, una buena
tarde para caminar. La pareja tenían ropa ligera para salir afuera. Cerraron la
puerta principal y bajaron los escalones hasta la calle. No había nadie en las
terrazas del edificio de en frente ni paseando. Corría un poco el aire, eso
hacía levantar un poco los objetos que estaban tirados por el suelo. A lo
lejos, se veía la hierba alta de los campos, moverse de izquierda a derecha. La
pareja paseaba, hablando sobre cosas banales. Serían más o menos las cinco y
cuarto de la tarde.
Emma quería que le contase por enésima vez, como fue la vida
de su esposo antes de conocerla. Le gustaba como Antonio contaba: el cómo se
conocieron sus padres y como fue su niñez. A este no le importaba contar esa
historia una, o mil veces. El hombre maduro mientras caminaban, miró a su
esposa joven y la sonrió. Empezó a contar.
-"Todo empezó en 1969-hizo una carcajada.- Un poco
antes, mi madre Ada conoció a un apuesto caballero español llamado Antonio
Linares en Asunción, Paraguay. Mi padre era un ingeniero informático que estaba de
vacaciones en aquellos momentos. "
-¿Y cuántos años se llevaban?-preguntó la joven Emma.
Antonio le guiñó el ojo y continuó.
-Casi tres años. En fin, tras unas cuantas cervezas y largas
conversaciones, ¿sabes lo que vino?-preguntó este, haciendo una amplia sonrisa.
-No lo sé- respondió Emma riéndose.
-Yo, vine yo- dijo este guiñándole el ojo.-En fin, tras eso,
mis padres se vinieron a España donde yo estudié magisterio y entré a trabajar
en el colegio donde tú te graduaste al final.-se puso triste.- Poco después,
mis padres murieron en un accidente de tráfico y heredé su dinero.
-¿Y que querías ser cuando eras niño? ¿nunca tuviste ningún
sueño?-preguntó la joven acariciándose el dedo anular.
El negro se rió y contestó.
-Astronauta.
Los dos rieron. La luz estaban dándoles de frente. La pareja
estaba cogidos de la mano. Aún no habían salido de la calle Granada cuando un
tipo misterioso que estaba apoyado en la esquina de una casa y vestido con ropa
de verano, empezó a andar en dirección a la pareja. Su rostro estaba cubierto
por una gorra con la visera hacia abajo. El desconocido pasó de andar ligero a
correr como un atleta. El joven sacó una navaja de uno de los bolsillos y lo
empuñó. Al acercarse a Antonio, el extraño clavó el arma blanca en la cintura
de el negro. La víctima cayó violentamente,
soltando la mano de su mujer. El atacante se puso encima de Antonio.
Esquivó varios golpes del hombre de color. El asesino le apuñaló varias veces
en su fornido torso. El herido aulló. No había auxilio por parte de los
vecinos. El atacante cortó el cuello de su víctima.
Antonio se estaba desangrando, sus ojos se estaban cerrando
poco a poco. Estaba intentando respirar más despacio, pero las pulsaciones iban
a toda velocidad. Los ojos del lesionado miraron al de su agresor abrazando a
Emma.
La víctima estaba intentando luchar por su vida. Intentó
decir por la boca "ayuda por favor". La pareja no le hizo caso, la
joven se agachó y le miró fijamente. Esta se dio la vuelta y habló con el
extraño. La victima escuchó lo que decían.
-Ya está hecho, vayámonos antes de que alguien nos vea-dijo
el desconocido.
Ella se acarició el dedo anular y miró a Antonio sonriéndole.
-Lo siento cielo, no es nada personal.
El hombre de color pensó en porque su mujer quería matarle,
nunca halló él porque, si eran un matrimonio feliz. Antonio cerró los ojos.
Elsa estaba dando un paseo cerca de la guardería, hablando
sola. La cruzó y se dirigió hasta la
calle donde se había producido el asesinato, siendo testigo de cómo el ladrón
huía y dejaba el cuerpo de Antonio. Elsa
se escondió tras una pared, el desconocido con la gorra baja, miró a su
izquierda. La testigo y el criminal cruzaron miradas. Elsa vio los ojos
marrones sin vida del asesino y el tatuaje que llevaba en uno de los brazos:
una bandera española con su nombre dentro, Eric. La joven asustada, sacó su
móvil del bolso, llamó a la policía. De los nervios que tenía, su camiseta azul
empezó a empaparse de sudor. Su mano tembló cuando se puso el teléfono al oído.
Diario de A. de Henares
Un afroamericano encontrado sin vida en una de
las calles de Torres de la Alameda.
Últimas noticias de la semana, un afroamericano identificado
por sus vecinos y su esposa, Emma
Gutiérrez García, como Antonio López Linares, fue apuñalado varias veces
en la calle Mira al rio. Según la Guardia Civil
ha sido un robo que se torció, porque no se ha encontró la cartera.
La policía supo información del asesino gracias a una
testigo. Dicha joven dijo haber visto a un hombre de metro setenta, con el
rostro cubierto por una gorra y en uno de sus brazos tiene un tatuaje de la
bandera española con su nombre escrito en el interior. Aún se sigue
investigando el caso, intentando encontrar pistas nuevas.
Emma
Salí del ascensor y caminé por una sala del Instituto
Anatómico Forense de Alcalá de Henares junto a un policía. El joven me dijo que
esperase al estar cerca de un cuarto. Este entró en la habitación. La verdad es
que se estaba muy bien, gracias a que estaba puesto el aire acondicionado. Vi
unas cuantas sillas juntas y pegadas a la pared. Me senté. Al minuto, el agente
de uniforme me llamó.
-Señora Linares, ya puede pasar.
Me levanté y fui caminando hasta la habitación. La joven
forense destapó la manta que había por encima de un cuerpo tumbado en una mesa
metálica. Me acerqué poniendo cara triste. El hombre que estaba sobre la mesa
era Antonio Linares. Lo que me enamoró de él fue su corte de pelo y lo fornido
que estaba, pero tuve que sacrificarle. Pensé que el plan había salido como
pensábamos Eric y yo.
-¿Es este su marido?-me preguntó la medicó forense.
Asentí con la cabeza, cayéndome unas cuantas lagrimas por el
rostro, me lo cubrí con una de las manos. La joven me dio una servilleta, me
sequé el rostro. Me acaricié el dedo
anular. Vi como el agente tomaba notas en una libreta. Me agobié un poco porque
el cuarto, aunque era grande, no me gustaba estar mucho en una sala donde había
gente muerta y encerrada en una nevera. Me da mal presagio. Además no podía
soportar el hedor que echaban, como el que estaba desprendiendo ahora mismo mi
marido. Fingí el lloro.
El agente me dijo que le siguiera fuera de la sala. Vi como
volvían a cubrir el cuerpo de mi difunto marido. Salimos del edificio y me subí
a mi coche, seguí al joven en su coche patrulla. Llegamos hasta el cuartel de
la Guardia Civil en Loeches, entramos en el edificio. No había mucha gente, el
interior estaba iluminado por los rayos del sol. Seguí al policía hasta el
final de la planta donde nos encontrábamos. En frente nuestra había un despacho
muy grande, me fijé en que era el más grande del piso. En ese momento el chico
entró en él y esperé a que saliese. Esta vez no me senté en la fila de asientos
vacíos que había delante mía. Salió el joven y me llamó con la mano. Entré en
la habitación. En esta ocasión, el cuarto
me agobiaba tanto, porque era pequeño, aunque estaba bien acondicionado.
El hombre joven se fue, dejándome sola ante uno más maduro.
De unos sesenta años, pelo negro, ligeramente
ondulado para un lado y cejas grandes encima de unos ojos grandes
verdes. Este me ofreció asiento, me acomodé en un sillón de piel marrón.
-Buenas tardes, soy el teniente Gregorio Torrijos, estoy
investigando la muerte de su marido. Tenemos información sobre el delincuente
que atacó a su esposo...
Llamaron a la puerta, entró otro hombre maduro, más bajo de
estatura que Gregorio, rondando los cincuenta, pelo canoso y ojos pequeños, del
mismo color que los del teniente. El teniente se quitó su chaqueta y lo colgó
en un perchero. Dio unos cuantos golpecitos en su mesa grande de madera y
suspiró. El otro hombre se sentó en otro sillón de piel marrón, que había al
lado mío. Gregorio pegó las manos y señaló con los dedos índices al invitado.
-Este es el sargento Jorge Sánchez, uno de mis mejores
hombres al frente del caso.-el invitado carraspeó. Gregorio continuó.-Gracias a
una testigo, hemos podido identificar que el sujeto llevaba un tatuaje de la
bandera española en una de las extremidades de su cuerpo con su nombre
inscrito, Eric, ¿le suena de algo?
-No.-respondí sin hacer que se me notaran los nervios.
-No le podemos contar más. Ahora es cuando empezamos a
preguntarle.-continuó Gregorio- Según sus vecinos, en el último año, habían
tenido algunas broncas con su marido, ¿es correcto?
-Sí.-respondí.-Aparte de eso... La tarde que mataron a mi
marido, él y yo habíamos discutido y la cosa se caldeó.
Fingí el sollozo. Me inventé una historia sobre lo que
ocurrió, minutos antes de que asesinasen a Antonio delante mía.
-¿Que ocurrió?-preguntó Gregorio, arreglándose su pelo
ondulado.
-Antes de irnos a pasear.-tragué saliva.- estábamos en la
cama, al principio haciéndolo, ya saben.- dije mientras me prestaban atención.
- Luego empeoró la situación.
Jorge me miró y me preguntó.
-¿Que sucedió?-dijo mientras se frotaba sus ojos y
carraspeaba.
Me acaricié el dedo anular y continúe.
-Empezamos a discutir y él me cogió del pelo al ver que yo le
llamaba mentiroso. Jamás habíamos llegado a las manos, pero esta tarde ha sido
diferente.
-¿Sobre qué discutían para que se diese esa
situación?-preguntó Gregorio.
-Sospeché que tenía un amante.-respondí. Pensé en algo rápido
para contarles.- Todo empezó hará unos meses, antes de llegar al pueblo, en
Madrid. Creí que Antonio tenía otra mujer porque cada vez que venía del
instituto, olía a perfume de mujer.
-¿Sabe quien era?-preguntó Jorge.
-No.
-¿Habían discutido sobre ese tema antes?
-A veces discutíamos en Madrid, pero era un buen
hombre.-tragué saliva.
-Así que lo que nos está contado es que su marido no era un
hombre violento.-dijo Gregorio mientras se acariciaba otra vez su pelo
ondulado, luego pegó las manos y me señaló con los dedos índices.
-Solo ha sido esta tarde, si a eso a lo que se refiere. Antes
de que le asesinasen-contesté afligida.
-¿Tenía enemigos su marido?-preguntó el Gregorio mirándome un
poco descaradamente.
-No, creo que no. Todos sus compañeros le querían y sus
alumnos decían que era un buen profesor. También lo aseguro yo, que me dio
clases hará años.
Gregorio sacó su móvil y me enseñó varias fotos. Me miró
descaradamente sin que el otro se diera cuenta. Jorge carraspeó. Pensé que a
Gregorio le gustaba y estaba esperando a que le dijese un sí. En las
fotografías salía varios hombres, con antecedentes, entre unos veinte y treinta
años, con distintos tipos de peinados y complexiones. Cada uno de ellos tenía
distintos antecedentes. Había uno que se parecía a mi Eric, aunque no era él.
Jorge se acercó más y me explicó los diferentes delitos que cometieron.
Gregorio interrumpió a su hombre y preguntó.
-¿Usted vio al sujeto que mató a su marido?
-Sí, huí desesperada. Pero puedo recordar sus ojos.-miré a
ambos, el sospechoso tenía el mismo color de ojos que los hombres de la sala.
Continúe.- Tenía los ojos verdes oscuros, se parecía a este joven.- dije,
señalando a una de las fotos. El señalado que se parecía a mi amante, tenía el
color de ojos diferentes y distinto peinado.- Se parecía a este, aunque no
estoy segura.
-Se llama
Agustín Robles.-respondió Gregorio.- Se ha topado varias veces con la autoridad
por venta de drogas en las puertas de algunas discotecas. Aparte, este tipo es
peligroso y creemos que ha herido a algunas personas que eran víctimas de sus
robos, ¿está segura de que no fue este tipo quien les atacó?
-No lo sé,
pero se parecía.-respondí mientras me acariciaba el dedo anular.
-Da el
aviso. Si este tipo ha estado en su pueblo, lo sabremos en seguida.-ordenó
Gregorio a Jorge mientras se acariciaba su pelo ondulado.
Jorge
carraspeó mientras se levantaba y cogía su móvil de la mesa, se despidió de mi
y de Gregorio. La verdad es que cuando se fue, me sentí mejor, entre otras
cosas porque no me gustan los hombres con el pelo canoso. Me reí por dentro, el
teniente frunció el ceño y continuó.
-¿Sabía que
su marido tenía una herencia?
-Sí, ¿porque
me lo pregunta?
-Porque
parte de la herencia iría a parar a usted si él sufriese daño alguno.
Sentí que él
sospechaba algo, aunque no tenía ninguna prueba de que yo planease el crimen de
mi marido. El teniente me señaló con los dos dedos índices.
-Mi teoría,
alguien mató a su marido por el dinero y luego reparte la recompensa con su
cómplice. Pero no el dinero de dicho robo, porque seguramente habría poco, sino
la herencia que sacarían de todo esto. El crimen perfecto, hacen pasar un
asesinato planeado por un robo y luego, más tarde, cuando la mujer heredara, lo
compartiría con su compinche. Pero, ¿me pregunto quién sería el otro cómplice?-
dijo, dubitativo.
-¿Cree que
soy yo? ¿cree que planeé todo esto?-pregunté sorprendida.
-Yo no he
dicho que fuese usted.
-¿Que me
está queriendo decir?-pregunté asustada.
-Nada,
solamente es una teoría. La pena es que no tenga pruebas para demostrar dicha
teoría.
Me aterré
por un momento porque creía que no me iban a soltar. Pensé en que
seguirían haciéndome más preguntas de
las necesarias, que iban a registrar mis cuentas bancarias. Pero me tranquilicé
al ver que Gregorio no tenía pruebas de ello.
El plan que
hice con Eric, fue que él asesinase a Antonio y cuando me excluyeran de
sospechosa y recibiera la herencia de mi difunto marido, lo compartiría con él.
Al principio íbamos a señalar a Agustín Robles, el posible sospechoso, para
desviar la atención de la Guardia Civil. Pero ahora, con la aparición de una
testigo diciendo que el asesino llevaba un dibujo en una de sus extremidades,
habría que cambiar los planes.
Sabía que Eric y Agustín se conocieron en la
calle, los dos se ayudaban mutuamente. Robles le daba pastillas a mi novio para
que le ayudase a expandir su negocio. Agustín era un tío que tenía una cicatriz
en su cara, producida por una pelea que se metió junto a mi novio en una
discoteca. Los dos se enfrentaron al gorila que había en la puerta, porque este
les prohibía la venta de droga. El hombre que vigilaba la discoteca, fue
enviado al hospital por diversas costillas rotas, pero no sin antes, hacerle
una raja con un cristal a Robles. Desde ese momento, Agustín fue apodado
"cara cicatrizada". Algunas veces, tirando a muchas, Robles tenía
problemas con la autoridad y había sido detenido varias veces por provocar
peleas. Agustín no sabía el plan que habíamos hecho Eric y yo.
Eric y yo
sabíamos que Agustín sería un chivo expiatorio para librarnos de la policía,
dado que él llevaba varios robos con agresión a sus espaldas. Creo que estaba
en libertad condicional.
Me acaricié
varias veces el dedo anular mientras evitaba la mirada sospechosa de Gregorio,
que no paraba de señalarme con los dos dedos índices. En ese momento, carraspeé
y luego contemplé el despacho. Se me hizo más pesado estar allí al ver como el
teniente sospechaba de mi.
-¿Está
segura que fue Agustín Robles quien atacó a su marido?-me volvió a preguntar.
-Como ya le
he dicho, se le parecía, pero creo que fue él.-mentí poniendo cara de
preocupación, mientras le miraba a sus ojos.
Mis
facciones se pusieron un poco tensas, intenté fingir la cara de preocupación
para que Gregorio no se diese cuenta de que yo había planeado todo esto. Sus
ojos verdes se clavaron en los míos y me soltó.
-No tengo
pruebas para retenerla, entienda que el cónyuge más cercano a la víctima en
estos casos, son los principales sospechosos. Tomé mi tarjeta por si se acuerda
de algo.-dijo, dándome una.- Así que le voy a pedir que no salga de la ciudad,
por favor. Uno de mis agentes la acompañara al coche.
-Entendido.-respondí,
sollozando un poco.
Nos dimos la
mano y me fui al pasillo. Vi al sargento Jorge Sánchez dando pasos agigantados
hacía el despacho de Gregorio. Este al verme, se despidió con una sonrisa de
oreja a oreja. Luego carraspeó y entró en el cuarto. Me senté en una de las
sillas pegadas a la ventana de la oficina. Pegué la oreja disimuladamente al cristal.
-He
investigado a Agustín Robles, salió de la cárcel hará unos meses. Es la quinta
vez que le dicen en un juicio que no le darán su pasaporte. Desde entonces, sus
vecinos me han dicho que ha tenido muchas visitas de vagabundos en su portal.
Mi teoría, es que todavía sigue vendiendo droga. Vive en El Ruedo. Voy a ir a
visitarle.
-De acuerdo,
llévate a alguien más, de acuerdo.
-Como quiera
jefe.
Dejé de
escuchar y miré a mi alrededor, no había nadie. Anduve deprisa para salir del
cuartel. Hacía un calor infernal. Toda
mi vestimenta, al igual que mi rostro, sudaba sin parar. Sentí un escalofrío al
pasar del frío que hacía dentro del cuartel, al calor que hacía en la calle. Crucé a la acera de
enfrente y entré en una cabina telefónica. Eché unas cuantas monedas. Marqué el
numero de la casa de Eric.
-Vamos,
cógelo-dije.
Un tono,
dos, nada. Quinto, sexto, colgué.
Cogí el
coche y me dirigí a su casa. Él vivía en el mismo barrio que Agustín. Aparqué y
entré en su bloque, Eric vivía en un segundo piso. No me gustaba mucho donde
vivía porque no podía soportar el olor a orina que había casi siempre en el
exterior de su portal. Tenía las llaves de su casa. Entré, nada, ni rastro de
Eric, ¿donde se habría metido?
Eché un
vistazo a su pequeño salón con las persianas bajadas. Estaba un poco
desordenado, con el mando de la play tirado por el sofá. A mí no me gusta mucho
las consolas. Luego fui a su pequeña cocina donde la luz estaba dando en una
ventana que había en frente mía. Los cacharros estaban sin fregar. Nada, no
había ninguna pista de donde podía estar mi novio. Me agobié, al saber que la
policía estaba detrás de Agustín, sabía que este no tenía ningún tatuaje en sus
extremidades y mi Eric sí. Tuve un mal presentimiento porque creía que el teniente
iba atar cabos. Me acaricié el dedo anular y me fui del apartamento.
Elsa
Una
habitación de consulta, el aire acondicionado estaba puesto, las persianas
bajadas, dado al calor que hacía fuera. Elsa Yang estaba asustada de lo que
había visto, tenía pesadillas cada noche desde que vio el suceso. Todavía
recordaba esos ojos marrones mirándola fijamente, con una gorra que le tapaba
el rostro. Pedro rompió el silencio que había en la sala.
-Y decías
que ese hombre cometió un crimen. Asesinó a ese hombre de color, ¿no?
El hombre se
acarició el mentón y se ajustó su bata. Continuó hablando.
-¿Conocías a
la victima? ¿o al agresor?-preguntó Pedro.
-No mucho,
sabía que el difunto era un profesor y que estaba casado con una joven de unos
veinte y pocos años. Quince años menos que yo.
Del agresor, no recuerdo nada excepto esos ojos marrones mirándome con
frialdad y ese tatuaje con su nombre inscrito dentro de la bandera española,
Eric.-respondió Elsa, ajustándose su falda que hacía juego con su camisa.
El doctor dio varios golpecitos con un bolígrafo mordisqueado
en la mesa. Estaba pensando en cómo formular la siguiente pregunta. Su
expresión escondía un turbio pasado. Antes de tocarse de nuevo el mentón
reflexionó sobre que él conocía a un tal Eric que estaba asociado con él en su otro trabajo. Pero no lo sabía
nadie.
-La guardia civil investiga el caso, según tengo entendido.
Seguramente hablaron contigo y tu les describiste a ese hombre, ¿no?- contó
Pedro mientras anotaba las respuestas en una libreta que tenía en su mesa.
La joven se acarició su rostro asiático y puso las manos
encima de la mesa del médico. Elsa asintió con la cabeza. Estaba asustada y
quería que todo esto acabase. Pedro acarició un cigarrillo que se sacó de un
bolsillo de la bata.
-¿Se puede fumar aquí?-preguntó Elsa con cara de sorpresa.
-Yo sí porque soy el jefe.-respondió el doctor con una medio
sonrisa.
Lo encendió y la dijo.
-Quiero que hagas una cosa. Relájate y vuelve hacia atrás,
hacía el momento en el que vistes a ese hombre, al asesino.
Los músculos de ella se tensaron, el médico se levantó
dejando el cigarrillo en el cenicero y se puso al lado suyo. Tocó la frente de
su paciente al verla nerviosa. Su cara estaba muy rígida. Los ojos pequeños de
Pedro fueron cerrándose poco a poco, calmadamente. Suspiró y se dijo para sus
adentros, "adelante".
-Te lo pido por favor, relaja la cara.-pidió el doctor.
Los puños de esta se abrieron poco a poco y relajó su rostro.
El hombre maduro puso el dedo pulgar en la frente de ella. Ordenó a su
paciente, que se trasladase mentalmente hacía el momento en que ella vio al
criminal.
Elsa estaba paseando sola y hablando con sigo misma hacía el
lugar de los hechos. Recordó a aquel hombre de pie junto a su víctima, de
repente echó a correr como alma que lleva el diablo, hacía la misma dirección
donde estaba la joven escondida. En ese momento, fue cuando los dos -testigo y
asesino- cruzaron miradas. La chica pausó ese momento y se lo describió al
médico. Este tomó anotaciones sobre todo lo que iba diciendo la mujer.
-Complexión media-repitió Pedro.
-Ojos marrones. No podía verle nada más del rostro-describió
Elsa.
-Tatuaje de
la bandera española con su nombre inscrito.
-Metro
setenta.
-Creyó que
llevaba pantalones que hacía juego con su camisa.
No pudo
recordar mas. Despertó. El médico la tranquilizó y volvió detrás de su
escritorio. Miró la hora, las seis de la tarde.
-Hemos
acabado por hoy, gracias por tu cooperación y saluda a tus padres de mi parte.
Nos vemos en la próxima sesión-terminó Pedro cogiendo el cigarrillo,
manoseándolo y poniendo el dedo pulgar hacia arriba.
-Espero
haberte ayudado, nos vemos.-se despidió Elsa con aire de preocupación.
Elsa vivía
en Torres desde hace un año, para estar con sus padres, ya que se estaban
haciendo mayores. Trabajaba de enfermera: primero en un centro de salud en
Alcalá de Henares, pero por culpa de los recortes la enviaron a otro puesto. Se
trasladó al pueblo- Torres de la Alameda- trabajó en el mismo oficio pero en el
pueblo y cuando estaba libre, ayudaba en la tienda de su padre, que le llaman
Jorge en español, pero en realidad se llama Lee.
El padre
vino de Pekín muy joven. Conoció a Marisa Rodríguez, la madre de Elsa y se
casaron a los dos meses, tras encontrarse por primera vez en un supermercado,
siendo él vendedor. Después del primer encuentro, ella quiso quedar con él
cuando tuviera un hueco libre. Lo que más le enamoró de él, fue lo fornido y
gracioso que era. Al nacer su hija, procuraron que tuviera la mejor educación para que no tuviera que
mal vivir en un futuro, por eso, estudió enfermería y se presentó a las
oposiciones.
Tras ser
testigo del crimen, Elsa confió en su compañero de trabajo, Pedro, Cabrera, un
sicólogo y amigo suyo desde que ella empezó a trabajar en la consulta del
pueblo(Torres de la Alameda), para que le ayudase a superar ese trauma. Pedro
se ofreció a ayudarla. El hombre maduro estaba enamorado de ella desde el
primer momento en el que se conocieron. Se llevaban cuatro años de diferencia.
Desde
pequeña, Elsa, al no tener muchos amigos, empezó a hablar sola cuando no la
veía nadie. Otro tic que tenía era el de chasquear muchas veces los dedos
mientras paseaba.
Elsa vivía sola desde siempre, nunca ha tenido querer
un novio hasta no estar segura de conocerle bien y de que aceptase su tic de
hablar sola. Ella también estaba un poco enamorada de Pedro.
Diario de A de Henares
Torres de la Alameda/ un afroamericano encontrado sin vida en una de
las calles de Torres de la Alameda.
Tras varios
días de investigación, la Guardia Civil ha conseguido encontrar a un posible
sospechoso de la muerte de Antonio López Linares. De la poca información que
nos han podido dar: sabemos que el culpable se llama Agustín Robles Sevilla, alias
cara cicatrizada. Ha sido encontrado sin vida en uno de los callejones del
barrio de la latina, al oeste de Madrid. La guardia civil junto a la Policía
Nacional están intentando averiguar quién ha podido matar a este hombre y si
tiene algo que ver con el caso de Linares. Según parece el cadáver fue
encontrado por un comerciante que estaba tirando la basura y halló el cuerpo
sin vida.
La Guardia
Civil en colaboración con la Policía Nacional, han averiguado que la víctima se
juntaba con malas compañías y había sido detenido y acusado varias veces sobre
venta ilegal de droga en las puertas de las discoteca. Aparte de eso, un hombre
que trabajaba como portero de una discoteca ha denunciado públicamente a Robles
por pegarle una paliza. Aseguró que había otro tipo junto a él, pegándole. Los
testigos no pudieron identificar al otro sujeto dado que escapó cuando se montó
el bullicio al final de la lucha.
Lo que sí está claro, es que todavía no tienen
ninguna prueba de lo sucedido en el caso de Antonio López Linares. Aunque han
averiguado que Antonio Linares había heredado una fortuna por la muerte de sus
padres. La Guardia Civil no ha hecho ningún comentario más hasta no estar
seguro de quien ha matado a este hombre y si tiene algo que ver con el
asesinato de Agustín Robles
Eric
Estaba con la gorra puesta y la visera mirando para abajo,
apoyado en una pared de ladrillos. Era de noche, debían ser la una o las dos de
la mañana, corría un poco el aire. Masticaba con la boca abierta un chicle de
menta, estaba esperando a mi gata rubia. Miré al cielo y vi las estrellas. En
ese momento me acordé de como sangraba ese cerdo de Antonio Linares. Me ponía
enfermo verle acariciar a Emma con esas manos de viejo. Aunque de todas formas,
desde que supe lo de la herencia del marido de mi amante, ya no me interesaba
compartirlo con ella, aunque es cierto que la necesito para matar a la testigo.
Pero siento cierto afecto por Emma.
En lo único que pienso ahora es que hacer con tanto dinero.
Como dice la frase: "no hay honor
entre ladrones".
Leí en el periódico que la testigo de mi crimen había
descrito mi tatuaje. La Guardia Civil me podían identificar por ese detalle,
aunque no tenía ningún antecedente. Sabía que Emma había estado en mi piso por
la nota que me había dejado en la mesa del salón, dentro de un periódico. Llamé
desde una cabina telefónica a su móvil. Hablé menos de un minuto y quedamos en
vernos a estas horas de la noche. Fui a una tienda y me compré un traje de la
Guardia Civil. Mentí, diciendo que era
profesor de un instituto y que era para una función cuando en realidad iba a
usarlo de señuelo para encontrar a dicha joven que me vio huir del crimen de
Antonio. No tenía ni idea de cómo se llamaba, ni donde vivía, pero si me
acuerdo de su esbelta figura y que era asiática. Deduje que como estaba
paseando por el pueblo, sería de aquí. Así que empecé a buscarla. Pensé en
rastrear el pueblo de arriba a abajo. Pagué en efectivo el traje, para que no
hubiese rastro de mi. Empecé por la noche, a eso de las doce. Fui oteando en
las casas más próximas a la pequeña montaña, cerca del Polideportivo de Torres
de la Alameda. Fijándome en cada rostro para ver si coincidía con la de la
testigo. Padres jugando con sus niños en el parque a estas horas porque antes
hacía mucho calor. Nada. Parejas dando un paseo veraniego. Aparqué el coche
arriba, en una calle donde había quedado con Emma y esperé. No había ningún
rastro de mi novia. Me puse la sudadera y me metí la navaja que llevaba en un bolsillo.
Al salir del trabajo, por mi cuenta, sin decir nada a mi
chica, investigué a la testigo.
Averigüé que ella vivía en la calle que había al otro lado de
donde yo estaba. Oí voces que provenían de abajo. Miré y vi a dos hombres que
iban paseando por la calle que estaba al lado de la de la testigo. Caminé
despacio y sin que me vieran. Me fijé en como ellos torcían a la derecha. Ellos
contemplaron un coche deportivo rojo que había en frente de una casa.
Uno de los hombres sacó un bate de beisbol y lo restregó por el
coche. Crucé la calle y me oculté detrás
de una pared blanca que había en una esquina. Eché una rápida ojeada adonde me
había escondido y vi que era la esquina de un patio de un colegio. Aparté unas
ramas de un árbol casi seco, que sobresalía por una de las vallas de la
escuela. Vi a los dos ladrones hablando en bajo sobre lo que iban a hacer.
Pensé de quien sería ese coche tan rápido. En ese momento, uno de ellos me vio
de lejos y vino hacia mí. Me metí el chicle a un lado de la boca. El tipo era
fornido y vino lanzando chulerías. Me acerco a él y le respondo de la misma
manera. El desconocido se frotó un lateral del bigote mejicano que tenía, miro
a su compañero que era de la misma complexión pero de distinta altura.
-¿Me estas chuleando tío?-me contestó a la respuesta que le
había dado.
Miró a su colega. El otro se tocó la calvo rota.
-Creo que lo hace Chori.-respondió su amigo.
-¿Sabes quienes somos?-me preguntó el Chori.
-El Chori y el Rata.-respondió el otro ladrón rascándose la
calvo rota de nuevo.- nos tienen miedo y nos respetan en el pueblo.- siguió,
enseñándome su boca que olía a alcohol. Entre medias de sus dientes, me señaló
su colmillo de oro.
-Ese diente de oro se lo arrancó a un tipo que se peleó
contra él. Ahora, su antiguo dueño esta en el hospital, ¿me comprendes?- me
amenazó el mejicano.
Me quité la gorra y saqué mi cartera fingiendo ser de la
autoridad. El Chori me miró con ojos de sorpresa y luego giró la vista hacia a
su amigo. Los dos se mofaron de mi y luego el que tenía el bate me señalo a la
cara con él. Fruncí el ceño y miré al que me apuntaba serio.
-Nunca he dado un aviso, pero te daré uno: o apartas el bate
o te lo meto por culo y te lo sacó por la boca-dije mientras retaba con la
mirada a los dos ladrones.
-Vete a tomar por el...-me dijo el Chori apartando el objeto
de mi cara y cogiéndolo para darme con él.
-Tú mismo.
En ese momento me intentó dar, pero falló. Le di una patada
bien fuerte en la rodilla. Oí como crujía. Saqué la navaja del bolsillo y le
cogí del cuello rápidamente, con la hoja afilada, le rebané la garganta. Me
salpicó un poco la sangre en las manos. El Chori cayó muerto en medio de la
calzada. De repente El Rata se abalanzó a mí, haciéndome perder el arma de las
manos. Estando en el suelo, miré donde había ido a parar el cuchillo. Intenté
quitarme al Rata de encima, pegándole en su escroto. Él aulló y aproveché ese
momento para coger mi arma. El agresor intentó agarrar el bate de beisbol que
su compañero tenía entre sus manos. Me miró y volvió a la carga. Esquivé su
golpe y le hice un corte en uno de sus hombros. Volvió a gritar, corría como
alma que lleva el diablo hasta la casa donde estaba el deportivo que intentaban
robar, tirando el bate por el camino. Llamó al timbre, me escondí otra vez detrás
pared del colegio.
Vi como salía una joven con una bata azul a la puerta
principal. Recibió al herido y se lo llevó adentro de su casa. Me fijé que era
la misma mujer que vi al huir del crimen de Antonio Linares. Esa sería la
testigo que iba a romper los planes de quedarnos con la herencia y de la que
había oído hablar Emma a los Guardia Civiles. Pensé que tendríamos que pasar a
un plan B.
Miré a mis alrededores, no había nadie. Tampoco vi ninguna
cabina telefónica, y sería arriesgado dejar el lugar del crimen sin vigilancia.
Llamé por el móvil a Emma. Primer, segundo, tercer tono. Al quinto lo cogió.
-Te necesito ya. Cuando llegues a esta dirección-dije
mientras miraba la calle-aparca en los contenedores.
Colgué y cogí de los brazos al muerto, pesaba más que yo. Lo
arrastré a toda prisa hasta los contenedores que había en la esquina izquierda
. Levanté la tapa de uno de ellos y metí el cuerpo dentro. Al hacerlo, noté
como me crujían las costillas. Miré a ambos lados y no vi a nadie en las
proximidades.
Me puse la
gorra con la visera para bajo y seguí masticando el chicle con la boca abierta.
Pensé en que no había que limpiar la sangre del suelo, dado que esta calle
estaba poco alumbrada y nadie se despertaría hasta dentro de seis horas. Esperó
que a esas horas ya esté en mi barrio y haberme cargado a la testigo. Así que
pensé en ponerme el traje de Guardia Civil y actuar.
Elsa
El despertar
que tuvo Elsa, le quitó el sueño, por que habían llamado a su timbre a las
tantas de la noche y había socorrido a
un hombre malherido. Sus pensamientos no estaban muy claros: no sabía quién era
ese hombre, ni si se debía fiar de él. Así que aprovechó al estar él
descansando un poco en el sofá del salón desastroso que ella tenía, a mirarle
sus extremidades por si había algún tatuaje de la bandera española con el
nombre de Eric inscrito. Nada, al examinarlo bien, se tranquilizó, pero pensó
¿qué estaría haciendo por mi calle? Le dejó descansar unos minutos hasta que
recobró el conocimiento. Estando ella cerca de él, este apretó fuertemente el
brazo de la joven. Ella lanzó un gemido y le golpeó con el otro brazo la
cabeza. Este reaccionó soltando su mano y levantó la mirada. Le dolía mucho la
frente y un poco el hombro de la herida que tenía. Vio que estaba vendada. El
Rata se tocó la calvo rota y vio a la dueña de la casa. Le pareció preciosa,
pensó mientras miraba su esbelta figura con curvas, con esos ojos marrones con
los que ella le estaba mirando, le había enamorado también su aspecto asiático.
Ella rompió el silencio.
-Ten cuidado
tío, ¿cómo se llama?
-¿Y tú?
¿dónde está mi colega?-preguntó asustado El Rata. Cambio su postura, de estar
tumbado, a sentarse cómodamente.
-No sé de
quién me hablas, pero solo te he visto a ti, llamando insistentemente al
timbre. No había nadie más, te he traído a mi casa y te he vendado la herida
que tienes en el hombro.-dijo ella señalando a dicho vendaje.- ¿qué te ha
pasado? ¿quién te lo ha hecho?
El Rata
reaccionó enseguida al ver como ella cogía el móvil para llamar al ambulatorio.
Este vociferó un "no". La
joven asiática hizo un chasquido con sus dedos mientras con la otra mano se le
caía el móvil al suelo.
-¡No llames
a la policía!, te lo pido por favor.-gritó El Rata mientras veía como esta recogía
su teléfono.- te contaré lo que quieras.-decía mientras se frotaba la calvo
rota.
-¿Quién
eres? ¿ y qué hacías por mi calle?-preguntó Elsa recogiéndose su pelo liso.
-Soy El
Rata, seguramente has oído mi nombre por el pueblo.- dijo mientras se reía.- Tu
cara me suena de haberla visto alguna vez , ¿trabajas en el
ambulatorio?-preguntó mientras veía un diploma del instituto de medicina dorado
colgado en la pared.
Ella se fijó
adonde estaba mirando.
-Sí, soy
enfermera ¿Rata es tu verdadero nombre?
-Vicente
Arroyo, ¿ y el tuyo?-preguntó este.
-Elsa Yang.
El hombre
maduro se fijó en el desorden del cuarto y la criticó.
-Tienes el
cuarto más sucio que mi sobrino pequeño-decía mientras se frotaba los dientes
con un dedo.
-Ah, sí.
-No, en
serio, gracias por curarme.-dijo este mientras se levantaba del sofá.
Al hacerlo,
le dolía la venda. Se quejó. Ella le sostuvo por un momento y le dejó que se
apoyase en un mueble que había cerca del sillón, dado que ella no podía
mantener su grueso cuerpo todo el tiempo.
-¿Quien era
tu amigo? ¿el que me decías donde estaba antes?
-Daniel
Mora, alias el Chori.-respondió.
-¿Y qué le
ha pasado?
-Estábamos
dando un paseo y giramos por tu calle cuando de repente un ladrón con una
fuerza inmensa nos atacó, mi amigo se defendió y ese hijo de perra le mató,
cortándole la garganta.- respondió Vicente, contándole la mitad de la historia.
-¿Y por qué
no querías que llamase por teléfono?
-Hemos
tenido, mi amigo y yo, encontronazos con la ley.- jactó.- ya sabes, por fumar marihuanas.
-Sí, pero
deben enterarse de lo sucedido. Además te voy a llevar a mi trabajo.-dijo Elsa,
levantándose con decisión.
En ese
momento se asustaron al irse las luces de repente dentro de la casa.
Comprobaron que no había luz. Pese a que Vicente era el más mayor de los dos-se
llevaba once años de diferencia con Elsa-, tenía miedo de lo que sucedía.
Tocándose la calvo rota, le suplicó a la enfermera que le acompañase afuera. Al
hacerlo, comprobaron que efectivamente alguien había estropeado el generador
que estaba en un rincón del patio trasero. Salieron afuera, a la calle. Estaba
poco alumbrada, Vicente señaló hacía el medio del asfalto. No había nada,
ningún cadáver. Pero al acercarse este junto a la mujer madura, vieron un
rastro de sangre que seguía hacía abajo. Elsa se llevó la mano a la boca. Tras
eso, cogió su móvil.
-¡No!, no
llames a la policía.-gritó Vicente estando frente a ella y echándole su aliento
a alcohol.
Esta vez,
Elsa no se asustó y le dijo que se lo explicase.
-No puedo
hacerlo, de acuerdo. Tengo que encontrar al Chori.-explicó el hombre calvo rota
llevándose un dedo a la nariz.
Ella hizo
caso omiso y pulsó una tecla, Vicente se acercó a Elsa y tiró el móvil al
suelo, pisándolo varias veces más. Tras eso, se alejó calle abajo y miró en
cada contenedor que había en una fila de una acera.
No había
cuerpo. Él dio varios golpes con sus gruesas manos a una farola que había cerca
de las basuras. En ese momento, pisó un pequeño charco de sangre que había en
la calle. Se agachó y vio marcas de vehículo cerca del rastro.
Su mente de
ladrón empezó a maquinar ideas y conjeturas. Dedujo que a su amigo le habían
matado y metido en un maletero de un coche. Pensó que el tipo que asesinó a su
colega puede tener algún cómplice y está en alguna parte. Tal vez se hallan
largado ya. Tal vez aún sigan aquí. Cogió su móvil y marcó el numero de su
amigo. Un tono, dos, tres. Nada, saltó el contestador.
-Maldita
sea, ¿dónde demonios estas Chori?-se preguntó Vicente cabreado, mientras se
tocaba su frente sudorosa.
Elsa se
asustó y viendo la situación, decidió esperar a ver que hacía el hombre maduro.
Emma
Estábamos
cerca de la casa de Elsa. Estaba sentada en el asiento del conductor, cansada y
vi que mi vestido estaba manchado de sudor. Me dolían los brazos, era de haber
mantenido tanto tiempo en brazos una parte del cuerpo de un hombre que pesaba
más que yo. Me olí una de las mangas por si tenía algún rastro del cuerpo que
acabábamos de esconder en el maletero. No sé,
que llevase alguna colonia. Eric
entró dentro.
-¿Que
hacemos ahora, eh? ¿por qué has tenido que cargarte a ese tío?-pregunté
nerviosa.
-Le di una
oportunidad, no me hizo caso y le maté.-respondió este tranquilamente.
-Pero...
-Pero
gracias a esa muerte, he encontrado a nuestra testigo. Las malas noticias.-
dijo mirándome con esa mirada que tenía tan fría mientras se ajustaba la visera
de su gorra.- Que hay que cargarse a dos
personas, el amigo del Chori y a nuestra testigo.
-¿Y qué
hacemos con el cuerpo? porque no lo quiero tener en el maletero de mi coche.-
reproché mientras señalaba con una mano hacía la parte de atrás.
-Tranquilízate,
yo me ocupo.
-¿Cómo?
-No lo sé.
Pero nuestro objetivo ahora es acabar con los que están en la casa.
-¿Y cómo lo
hacemos?
-Vete hacía
su casa, finge que tu coche se te ha estropeado. Mientras yo le cargo el muerto
a nuestra testigo.
-¿Y con el
otro tío?-pregunté mientras me acariciaba el dedo anular.
-Está
herido. Si se bajan los dos a mirar lo de tu coche, los enviaré al otro lado.-
dijo Eric relajamente.
-A
propósito, he leído en las noticias que Agustín Robles ha aparecido muerto en
un callejón de Madrid, ¿tú sabes algo?-pregunté asustada.
-Dado a que
había una testigo que me ha identificado como el asesino de Antonio por un
tatuaje y tú has señalado a otro hombre como sospechoso. No he tenido más
opción que llevar a ese "señuelo" a un callejón del barrio de la
Latina y convencer a uno de sus competidores que conocía de antes, que Agustín
se estaba acostando con su novia. El gitano se enfureció tanto, que me aseguró
que el mismo se cargaría a ese mamón. Asunto resuelto.-terminó con una sonrisa
de oreja a oreja.
Me daba
miedo lo que estaba oyendo, pero nuestra nuestra única oportunidad para
conseguir la herencia de Antonio Linares era matar a la testigo. Así que apagué
el motor del coche y salí de él. Mi novio hizo lo mismo. Corría un poco de
aire fresco.
-¿Eh?-me
dijo mientras avanzaba hacía mi.
Me dio un
beso forzado y me dijo "adiós, mi gata rubia". Tras eso, fui caminando
con mi vestido ceñido que hacía juego con mi falda a la casa de la testigo.
Eché un vistazo rápido a los alrededores. Solo había una furgoneta aparcada en
la que parecía haber alguien en su interior, pero estaba oscuro.
Fui andando
hacía la dirección que me había dicho antes de meter al Chori en el maletero.
Giré unas cuantas calles a la izquierda y otra a la derecha. Luego seguí por
una que iba para arriba, camino al polideportivo. Vi la primera casa a la
derecha, era alargada y blanca. Delante de la morada, había un deportivo rojo
muy bonito y pensé, "ojala lo tuviera".
Me acaricié
el anular pensando en cómo decirle lo del coche y hacer que me acompañase el
hombre también. Llamé al timbre, al
quinto sonido salió una mujer madura asiática, esbelta y con curvas.
Vestida con una camisa de verano. No vi
a ningún hombre. Al abrir la puerta, me miró con una expresión muy extraña.
Creyó haberme visto en alguna parte. Ella me preguntó.
-¿Que la
sucede?
-Se me ha
pinchado una rueda y no tengo otra. He tenido que venir andando porque el coche
está a dos calles de aquí. No he encontrado a nadie por la calle ¿Puede
ayudarme con el problema? ¿Tiene una rueda de repuesto?
-¿Tienes
móvil?, es que mi casa está apagada y no consigo arreglar mi generador. Y mi
teléfono esta sin batería.-me respondió ella mirando hacia la puerta de su
casa, que estaba medio abierta.
-¿Como se
llama?-pregunté.
-Elsa Yang.
Tras eso,
ella se metió para adentro. Volvió. Ella estaba sola y haciendo chasquidos con
un dedo. Bajamos la calle y miré su vestimenta, pensé que era cutre. Me
acaricié el anular y pensé en donde estaría el otro tipo. Me giré y vi a mi
acompañante hablando sola. Ella me miró y se disculpó por haber estado haciendo
eso.
Un hombre
bajó como alma que lleva el diablo hacia nosotras. Pensé que como no había
nadie por las calles, tendría que haber salido de la casa de Elsa. Él le dio
unas llaves a esta, se lo agradeció.
-¿Has
cerrado?-preguntó Elsa.
-Sí,
tranquila.-respondió el hombre.
Era fornido,
un poco grueso y no era muy guapo. Los llevé por donde había venido. El hombre
maduro no paraba de hablar sobre él y me preguntó sobre si le conocía. Le
respondí que no. Insistió muchas veces. Los dos me preguntaron sobre si era la
esposa de Antonio Linares, les conté brevemente lo que sucedió con mi marido,
mintiéndoles en casi todo.
Vi mi coche
pasar al lado nuestro. Dentro estaba Eric, en el asiento del conductor. El plan
era dejar a la víctima que tenía en mi coche, dentro de la casa de Elsa
mientras Elsa, el tío feo y yo íbamos -en teoría hasta mi coche- que ya no
estaba en la calle que había mencionado antes. Habría desaparecido. Eric
forzaría la cerradura y dejaría el cuerpo sin vida del ladrón dentro de la casa
de Elsa. Cuando volviésemos, mataríamos a todos.
Pasó cerca
de nosotros, antes de que los otros se dieran cuenta de que pasara, grité.
-¡Es por
ahí!
Ellos se
asustaron. A mi casi se me salé el corazón del gritó que pegué. Al
acompañarlos, vi que no estaba mi coche aparcado y dije.
-No está mi
coche, ¿dónde está?-pregunté, fingiendo el sollozo.
Elsa y el
tío feo se miraron sorprendidos y me consolaron. Al llegar a casa de Elsa, vi
en su puerta de la calle, a un hombre corpulento y con una gorra de uniforme,
apoyado en la pared. Sabía que era Eric vestido de Guardia Civil. Pensé que el
coche estaría en la otra calle. Elsa se asustó y se adelantó a ver lo que
ocurría.
-¿Qué
ocurre?-preguntó esta.
-Buenas
noches señora, soy el teniente Alberto López. Un vecino dice haber oído un ruido
en su casa. Al acercarme, me he fijado que su puerta estaba abierta. Venía a
echar un vistazo a su vivienda para corroborar que no ha sucedido nada.
-Voy con
usted-dijo Yang mientras Vicente le lanzaba las llaves y esta las cogía al
vuelo.
-Ustedes quédense
aquí.-nos ordenó Eric.
Eric y Elsa pasaron adentro mientras Vicente
se tocó el mentón y dijo.
-Este tío me
suena de algo, aunque no se dé que.
Vi como se
rascaba la cocorota. Después de unos minutos, entramos también en la casa de
Elsa. Nos fijamos en que el generador seguía estropeado. Cuando entramos
dentro, se me cayó una foto en la entrada principal. Vicente se dio cuenta y la
cogió. Se le encendió la bombilla y dijo enfurecido.
-Este es el
cabrón que mató a mi colega.-soltó Vicente, hinchándose la vena de su frente al
reconocer a Eric, que estaba al lado mío en la foto.
Eric
Eric dejó a la testigo-Elsa-, que echase un último vistazo a
la cocina para ver si faltaba algo. Él admiró la bonita figura de Elsa y se
dijo por dentro "que pena que tenga que morir". Este cogió una sartén
que estaba colgada de uno de los ganchos que había en una estantería cromada.
Al levantar este el hombro, ella vio a través del reflejo de la ventana, la
bandera española con el nombre de Eric inscrito. Al darse la vuelta, ella notó
un golpe fuerte en uno de los lados de la cara. El efecto del golpe hizo que se
cayese al suelo. Eric oyó como Vicente discutía con Emma en otro cuarto, empuñó
la navaja que se sacó de un bolsillo.
Eric se acercó sigilosamente por detrás al tipo que
estaba gritando a Emma. El joven, con un brazo le agarró el cuello a Vicente
mientras con la otra le daba una serie de puñaladas en el corazón. Vicente cayó
al suelo sin vida.
-¿Y la testigo?-preguntó Emma tocándose su cabello
rubio.
-Vamos a rematarla.- respondió este jactándose.
Los dos asesinos volvieron a la cocina. No la vieron.
Ella se tocó el anular y le entró el miedo. Eric abrió con violencia todas las
puertas de los armarios , intentando encontrar a Elsa. No hubo suerte, este se
quitó la gorra y lo lanzó con fuerza al suelo, haciendo que se su pelo se
alborotase. Se lo colocó un poco. Con sus ojos del color avellana hinchados,
ordenó de malas maneras a su novia que la buscase.
Mientras en el porche, Elsa estaba escondida detrás de
una pared, con la bata arrastrándole por los suelos. Miró asustada hacía la
salida. Corrió como un coyote hasta la valla delantera, caminando
hacia la puerta del patio. Oyó un grito que provenía del
porche. Se dio la vuelta. Emma apuntó con una pistola de mentira a Elsa, pero
al no estar la punta roja pintada por encima, parecía de verdad. Además la
testigo no lo diferenció bien.
-Acércate, vamos.- dijo Emma, no dejando de apuntarla.
Elsa Yang al estar dentro de la casa , la obligaron a
ir al salón donde estaba el cuerpo sin vida de Vicente. Eric entró en la cocina.
Saludó a la testigo mientras se peinaba un poco con un cepillo que cogió del
baño. Con la otra mano sacó la navaja.
-Sabes, eres un testigo que hay que eliminar.- dijo
Emma mientras ponía una sonrisa maligna.
-¿Por qué? ¿por qué yo?-preguntó Elsa asustada y con
la cara hinchada de las lagrimas que le caían de sus ojos.
-¡Ay guapa! ¿de veras que no lo sabes?-se jactó la
joven rubia.
-¿No me reconoces?-preguntó Eric riéndose.
-No.-mintió Yang, mientras hablaba en bajo y
hacía chasquidos con un dedo.
-¡Mentira!-gritó Eric agarrando a Elsa de su delgado
cuello.
Yang echó un rápido vistazo a la pareja. No paró de
caérsele lagrimas de los ojos, de lo aterrada que estaba.
El criminal
agarró el arma, empuñándola hacía su víctima. En ese momento, Elsa con una mano
hizo fuerza para que no se lo clavase, al final dio un golpe haciendo que él
soltase el arma al suelo. Elsa le dio una patada en el escroto. Este se dobló
de dolor. Las mujeres se miraron y empezaron a pelearse. Al final de tanto
tirarse del pelo, Elsa empujó a su contrincante a un armario. El efecto del
golpe hizo que Emma se cayese al suelo. Elsa se dio la vuelta y vio como Eric
vino hacía ella corriendo y empuñando el cuchillo. Echó un rápido vistazo hacía
el otro lado y vio a Emma levantarse. Se echó a un lado y este no lo vio.
Siguió adelante y se lo clavó a su novia. Emma escupió sangre por su boca. Las
gotas de sangre fueron a parar al uniforme de Guardia Civil que llevaba este.
Eric, al darse cuenta de que había matado a su novia, se le hinchó las venas de
sus ojos. Miró con frialdad a Elsa, que estaba agarrada a uno de los lados del
sofá, jadeando. Este fue a por ella, haciendo que se diese la vuelta y cogiéndola
otra vez del cuello. La mujer no respiraba bien por culpa de su asesino, que la
estaba ahogando. Poco a poco se le iba cerrando sus ojos de color avellana.
-!Suéltala¡-gritó
una voz masculina que estaba detrás de Eric, apoyado en el umbral de la puerta
principal.
El agresor
se dio la vuelta y miró al desconocido.
Pedro
Estaba frente a ese hijo de perra, el que iba a matar a Elsa.
Avancé decidido y esperé a que Eric se diese la vuelta. Era un poco más pequeño
que yo. Él me miró y me preguntó.
-¿Qué haces aquí Pedro?
-Sé lo que ha pasado, se que tu mastates a Antonio y a
Agustín. Y si no sueltas el arma, te mataré.
-¿A ti que te importa esta golfa, verdad?-me preguntó el
asesino acariciándose el mentón, mientras señalaba con la otra mano a Elsa.
-Mucho.
-Llevémonos bien socio. Te daré un consejo, lárgate de aquí y
olvídate de esto.- sentenció Eric mientras acercaba más la navaja al cuello de
Elsa.
-Sabes que no lo haré y yo te doy un ultimátum; suéltala y te dejare escapar.-decía mientras
me ajustaba mi chaqueta y estiraba un brazo con el puño cerrado.
-¿Como supiste que fui yo el que los mató?-preguntó mi socio
sonriendo.
-No fue difícil. Supe gracias a un contacto mío que tú
estabas liado con una joven rubia que era la esposa de un afroamericano que iba
a heredar una gran cantidad de dinero. A partir de ahí,-decía mientras sacaba
un cigarrillo y lo manoseaba. Me lo puse en los labios y saqué un mechero
zippo.- no fue difícil deducir que estabas con esa joven por el dinero. Te
conozco y sabía que planeabas algo con esa bombón rubia y haríais lo que fuera
para conseguir el botín .
-¿Y Robles?
-Deduje que sería por que querías quedarte con su negocio.
Eres un puñetero avaricioso.-respondí mientras encendía el cigarrillo.
Tras la primera bocanada de humo, le lancé el encendedor.
-¿Te acuerdas de esto?-le pregunté.
Este se jactó y respondió cogiéndolo. Le echó un vistazo
rápido y se acordó del momento en cuestión.
Fue hace unos ocho años, cuando yo era un simple vendedor de
pastillas en la calle. Esa mercancía era de un tal Rodrigo Fuentes, alias "el respetado" y el que me
metió en este mundo. Trabajaba en Lavapiés. Era su mano derecha . Conocí a Eric
y a Agustín en Lavapiés cuando ellos vendían por mi zona sus pastillas. Me ofrecieron
un porcentaje módico por vender su producto. Consulté a Rodrigo y este aceptó.
Lo de regalarles a cada uno un mechero
zippo, fue idea mía. Tras unos años, me convertí en el jefe de esa zona de
Madrid cuando fue asesinado el que estaba por encima de mi por disputas
domesticas, la mujer de Rodrigo empujó a su marido durante una pelea y mi jefe,
con tan mala pata, recibió un golpe fatal, murió al instante.
Por otra parte soy sicólogo a tiempo parcial en el
ambulatorio de Torres de la Alameda.
Tras ese incidente, pasé de ser la mano derecha de alguien
importante, a convertirme en un jefe. Aprendí a respetar a mi competencia y a
tratar bien a los míos. Nunca se lo dije a nadie, ni siquiera al amor de mi
vida, Elsa Yang.
En ese momento Eric me lanzó el objeto con rabia a la cara y
me dijo todo chulo.
-¿Quien que te crees que eres capullo? ¿mi padre?
Mi socio fue a por mí con la navaja en mano. Guardándome el
cigarro en el bolsillo, esquivé el golpe y le di un codazo en la espalda. Eric
cayó al suelo. Por dentro estaba furioso porque amenazó a mi novia. En ese
momento, me puse encima de él y le rompí el brazo. Un grito de dolor salió de
la boca de ese cerdo. En ese momento, me preguntó dando patadas al suelo.
-¿Como supiste que estaba aquí?
-Por la descripción que hizo Elsa, te ha delatado idiota.-
tragué saliva.- Cuando planés matar a alguien, nunca dejes cabos suelto.
Le di un golpe seco en la nuca que le dejó inconsciente. Me
levanté y fui a la cocina, busqué por todas partes un celo para atar a mi
socio. Le tapé la boca. Cogí el mechero. Tras eso, vi como
Elsa empezaba a abrir los ojos y a ver la situación con claridad. Me
puse un pasamontañas para que no me reconociese. Ella al verme se sonrojó y se
fijó en su salón. Al ver la situación, le dije que me siguiese con voz ronca.
Agarrándola de su delgada mano, la llevé hasta fuera, a la calle. Estando en
medio de la calzada, ella me miró fijamente a mis pequeños ojos verdes claros.
Me dieron ganas de besarla en aquellos momentos.
-¿Quién eres?-me preguntó Elsa, mirándome fijamente. Estaba
intentando averiguar quién había detrás del pasamontañas.
-Un héroe misterioso del que no se puede saber la
identidad.- dije sonriendo y poniendo la voz ronca para que no me reconociese.
-Pero ¿por qué lo has hecho?
-Por ti, porque te amo. Y te amé desde el primer momento en
que te vi.
Ella me levantó un poco el pasamontañas, la sujeté su mano
para que no siguiera, así mantenía la identidad del misterioso
héroe.
Sus delgados labios me besaron por fin. La abracé mientras
continuaba la pasión ardiente. Un rato después, ella me volvió a bajar el
pasamontañas. Por un momento, creí que sabía quién era yo, al mirarme fijamente
con esos ojos, color avellana que hacía que mi corazón se parase.
-Llama a la Policía y di que tu agresor está detenido y
atado.-le dije.
-Gracias.- contestó ella lanzándome una sonrisa.
Fui caminando hasta el final de la calle a paso ligero.
Estando en un cruce de calles, estiré un brazo a un lado y alcé el pulgar hacia
arriba. Saqué el cigarro del bolsillo y lo manoseé. Lo encendí con el mechero y
seguí andando.
Diario del Henares
Torres de la Alameda/ afroamericano encontrado
sin vida en una de las calles de Torres de la Alameda.
Noticias de
última hora; parece ser que ha habido pruebas que han acusado a un hombre joven
llamado Eric. Este fue encontrado atado con celo y con la boca tapada junto a
la joven Emma Gutiérrez García sin vida,
la esposa de Antonio Linares y a otro sujeto que según los testigos se llamaba
Vicente Arroyo, alias El Rata. La testigo, Elsa Yang, culpó de las muertes a ese joven
llamado Eric. Por otra parte, Eric declaró que fue un hombre llamado Pedro
Cabrera quien le dio tal paliza y le ató de arriba a abajo. La autoridad siguió
esa pista, interrogando a Pedro y al final no les llevó a ningún sitio.
La Guardia
Civil junto a la Policía Nacional descubrieron otro cuerpo en la casa de Elsa
Yang identificado como Daniel Juárez, alias el Chori y amigo de Vicente. Ambos
cuerpos policiales dedujeron que se trataba de una pelea entre Daniel y Vicente
contra Eric. Eric los mató y llevó a las víctimas a la casa de Elsa para culparla.
Emma llegó después. Emma y Eric quisieron matar a Elsa por haber sido testigo
del asesinato de Antonio López Linares. Pero alguien al que no consiguen
identificar, salvó a la testigo de la pareja criminal. Ella lo apodó "el
misterioso héroe".
Ambos
cuerpos policiales dedujeron que había alguien más en esa casa que peleó contra
Eric, aunque no han obtenido ninguna pista.... De momento.