Nota

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sábado, 15 de diciembre de 2018

El chico dela gorra (relato completo)

Antonio


"Estaba pensando en mi esposa Emma, una joven rubia que había conocido en el instituto. Ella era alumna mía. Al finalizar sus estudios, hizo la carrera de económicas. Antes de casarnos, estuvimos viéndonos durante mucho tiempo, tomando cervezas y al final surgió el amor entre una ex-alumna y un ex-profesor.
El día que la volví a ver y tomamos nuestras primeras cervezas juntos, pensé en como una joven llena de ideas, algo pija y ex-alumna mía del instituto, podía seguir enamorada de su antiguo profesor. Soy negro, le llevó veintidós años de diferencia y que podría ser su padre, si hubiera sido blanco. Además la primera vez que la volví a ver, creí que ella tendría novio y estaría casada con él. Al principio pensé que Emma solo quería coquetear conmigo, pero cuando vi que teníamos cosas en común  y quería tener un hombre en su vida, serio y responsable, decidimos casarnos. Vivimos en un pequeño piso de Torres de la Alameda. La primera vez que oí el nombre de la calle donde vivíamos, miré al campo para ver si había un río, pero la verdad es que lo único que había al fondo de ella, era un hermoso campo.
Todo esto ocurrió después del fallecimiento de mis padres, que siempre estarán en mi corazón. Os quiero.
Pero lo que nunca imaginé es que alguien cercano a mí, me pudiera dar una puñalada trapera."
Antonio estaba dormido al lado de su esposa Emma. Su brazo estaba apoyado en su tripa. Se desveló y miró al reloj que había en una de las mesillas de noche, eran las siete menos cuarto de la tarde. Persianas echadas, luces apagadas, sus prendas estaban por el suelo.
Con sus ojos casi abiertos, vislumbró un pequeño rayo de luz que entraba por la ventana. Antonio se incorporó y apoyó su espalda en la cama. Se levantó y corrió las cortinas. El hombre negro se quejó de un tirón que le dio de repente. Volvió a la cama y se puso al lado de su esposa, rodeándola con sus fornidos brazos. Él la besó muchas veces en el hombro. Esta se puso frente a él y le dio los buenos días. El negro la acarició su cabello rubio liso. Ella hizo lo mismo. Antonio rió y dijo.
-Será buenas tardes.

Los dos se rieron y se acariciaron. Emma dejó que su esposo le tocase su pelo rubio y la despeluchase un poco.
-¿Qué hora es?-preguntó la joven.
-La siete de la tarde.-respondió Antonio.
-¿Quieres dar un paseo?
-Bueno.-afirmó él lanzando una sonrisa amplia.
Ella se sentó en la cama y se puso una camisa color caqui. Antonio hizo  lo mismo. Este se puso una camiseta oscura a rayas que hacía juego con su pantalón. Emma se echó colonia. El hombre abrió las ventanas y dejó que el cuarto se ventilase. No era demasiado grande la habitación. La luz que entraba de afuera, era casi cegadora, eso hizo que Antonio tuviera que bajar un poco la persiana. El hombre se fue a la cocina y bebió un vaso de agua. Hizo una mueca. Guiñó el ojo a Emma y le lanzó un beso en el aire.  Esta le sonrió y se puso un vaso de leche.  Emma le gustaba la leche un montón y siempre se ponía un vaso después de dormir la siesta. Lo bebió. Se relamió el  labio superior porque tenía un poco de leche en forma de bigote.
Se abrazaron y se dieron un beso. La mujer estuvo pensando en cómo su sueño se había cumplido: casarse con su ex-profesor, el cual estuvo enamorada de él desde la primera vez que le dio clase en el colegio, en cuarto de ESO, cuando ella tenía los dieciséis años. Por eso, hizo la carrera de económicas, se colocó en un buen puesto de trabajo y contrajo matrimonio con su primer amor de la adolescencia. Celebraron su boda cuando ella tenía los veintitrés años y él los cuarenta y uno. Primero vivieron en Madrid. Luego, a los seis meses, se compraron una casa en un pueblo. Durante un año, todo fue bien, pero al enterarse de que él había heredado una fortuna, Emma quiso disponer de ella lo más rápido posible.
La joven se fue a poner las zapatillas al garaje cuando le sonó el móvil. El teléfono estaba en la mesilla de noche de la habitación de matrimonio. Antonio lo oyó y fue corriendo al cuarto. Al cogerlo, no contestó nadie.
-Qué extraño.- exclamó.


En ese momento,  Emma apareció frente a su marido, con cara de sorpresa.
-¿Que sucede?-preguntó esta.
-¿Quien te llama al móvil y no dice nada a cogerlo? ¿me estas engañando?-preguntó el profesor mosqueado.
-No, sabes que no.-contestó ella poniéndose nerviosa.- yo te amo a ti y te seguiré queriendo.
Antonio frunció el ceño y estuvo un rato sospechando de la idea de que su mujer le estuviera engañando. Tras no tener ninguna prueba de ello y ver la cara de preocupación de su mujer, hizo que se le olvidase esa teoría y la abrazó fuertemente. Su esposa se tranquilizó. Suspiró. Tras eso, Antonio se fue a cambiar de playeras.
Emma vio de quien era el número y volvió a llamar. Contestó.
-No vuelvas a llamar a esta hora nunca más.- respondió ella poniendo una mano en el micrófono del móvil para que no lo escuchase su marido.
-De acuerdo, bebe. Este es el día, nos vemos en un rato. Te quiero.- respondió el desconocido con voz grave.
Colgó. Antonio apareció de nuevo frente a la puerta de la habitación, contemplando la esbelta figura de su mujer. Hizo una mueca y la guiñó el ojo.
-¿Vamos cariño?
-Sí, ya voy.
Los dos cerraron las ventanas del cuarto y fueron revisando la casa para ver si había algo abierto. Afuera hacía buen tiempo, una buena tarde para caminar. La pareja tenían ropa ligera para salir afuera. Cerraron la puerta principal y bajaron los escalones hasta la calle. No había nadie en las terrazas del edificio de en frente ni paseando. Corría un poco el aire, eso hacía levantar un poco los objetos que estaban tirados por el suelo. A lo lejos, se veía la hierba alta de los campos, moverse de izquierda a derecha. La pareja paseaba, hablando sobre cosas banales. Serían más o menos las cinco y cuarto de la tarde.

Emma quería que le contase por enésima vez, como fue la vida de su esposo antes de conocerla. Le gustaba como Antonio contaba: el cómo se conocieron sus padres y como fue su niñez. A este no le importaba contar esa historia una, o mil veces. El hombre maduro mientras caminaban, miró a su esposa joven y la sonrió. Empezó a contar.

-"Todo empezó en 1969-hizo una carcajada.- Un poco antes, mi madre Ada conoció a un apuesto caballero español llamado Antonio Linares en Asunción, Paraguay. Mi padre era un ingeniero informático  que estaba de  vacaciones en aquellos momentos. "
-¿Y cuántos años se llevaban?-preguntó la joven Emma.
Antonio le guiñó el ojo y continuó.
-Casi tres años. En fin, tras unas cuantas cervezas y largas conversaciones, ¿sabes lo que vino?-preguntó este, haciendo una amplia sonrisa.
-No lo sé- respondió Emma riéndose.
-Yo, vine yo- dijo este guiñándole el ojo.-En fin, tras eso, mis padres se vinieron a España donde yo estudié magisterio y entré a trabajar en el colegio donde tú te graduaste al final.-se puso triste.- Poco después, mis padres murieron en un accidente de tráfico y heredé su dinero.
-¿Y que querías ser cuando eras niño? ¿nunca tuviste ningún sueño?-preguntó la joven acariciándose el dedo anular.
El negro se rió y contestó.
-Astronauta.
Los dos rieron. La luz estaban dándoles de frente. La pareja estaba cogidos de la mano. Aún no habían salido de la calle Granada cuando un tipo misterioso que estaba apoyado en la esquina de una casa y vestido con ropa de verano, empezó a andar en dirección a la pareja. Su rostro estaba cubierto por una gorra con la visera hacia abajo. El desconocido pasó de andar ligero a correr como un atleta. El joven sacó una navaja de uno de los bolsillos y lo empuñó. Al acercarse a Antonio, el extraño clavó el arma blanca en la cintura de el negro. La víctima cayó violentamente,  soltando la mano de su mujer. El atacante se puso encima de Antonio. Esquivó varios golpes del hombre de color. El asesino le apuñaló varias veces en su fornido torso. El herido aulló. No había auxilio por parte de los vecinos. El atacante cortó el cuello de su víctima.

Antonio se estaba desangrando, sus ojos se estaban cerrando poco a poco. Estaba intentando respirar más despacio, pero las pulsaciones iban a toda velocidad. Los ojos del lesionado miraron al de su agresor abrazando a Emma.

La víctima estaba intentando luchar por su vida. Intentó decir por la boca "ayuda por favor". La pareja no le hizo caso, la joven se agachó y le miró fijamente. Esta se dio la vuelta y habló con el extraño. La victima escuchó lo que decían.
-Ya está hecho, vayámonos antes de que alguien nos vea-dijo el desconocido.
Ella se acarició el dedo anular y miró a Antonio sonriéndole.
-Lo siento cielo, no es nada personal.
El hombre de color pensó en porque su mujer quería matarle, nunca halló él porque, si eran un matrimonio feliz. Antonio cerró los ojos.

Elsa estaba dando un paseo cerca de la guardería, hablando sola.  La cruzó y se dirigió hasta la calle donde se había producido el asesinato, siendo testigo de cómo el ladrón huía y dejaba  el cuerpo de Antonio. Elsa se escondió tras una pared, el desconocido con la gorra baja, miró a su izquierda. La testigo y el criminal cruzaron miradas. Elsa vio los ojos marrones sin vida del asesino y el tatuaje que llevaba en uno de los brazos: una bandera española con su nombre dentro, Eric. La joven asustada, sacó su móvil del bolso, llamó a la policía. De los nervios que tenía, su camiseta azul empezó a empaparse de sudor. Su mano tembló cuando se puso el teléfono al oído.



Diario de A. de Henares 

 Un afroamericano encontrado sin vida en una de las calles de Torres de la Alameda.

Últimas noticias de la semana, un afroamericano identificado por sus vecinos y su esposa, Emma  Gutiérrez García, como Antonio López Linares, fue apuñalado varias veces en la calle Mira al rio. Según la Guardia Civil  ha sido un robo que se torció, porque no se ha encontró la cartera.

La policía supo información del asesino gracias a una testigo. Dicha joven dijo haber visto a un hombre de metro setenta, con el rostro cubierto por una gorra y en uno de sus brazos tiene un tatuaje de la bandera española con su nombre escrito en el interior. Aún se sigue investigando el caso, intentando encontrar pistas nuevas.

Emma

Salí del ascensor y caminé por una sala del Instituto Anatómico Forense de Alcalá de Henares junto a un policía. El joven me dijo que esperase al estar cerca de un cuarto. Este entró en la habitación. La verdad es que se estaba muy bien, gracias a que estaba puesto el aire acondicionado. Vi unas cuantas sillas juntas y pegadas a la pared. Me senté. Al minuto, el agente de uniforme me llamó.
-Señora Linares, ya puede pasar.
Me levanté y fui caminando hasta la habitación. La joven forense destapó la manta que había por encima de un cuerpo tumbado en una mesa metálica. Me acerqué poniendo cara triste. El hombre que estaba sobre la mesa era Antonio Linares. Lo que me enamoró de él fue su corte de pelo y lo fornido que estaba, pero tuve que sacrificarle. Pensé que el plan había salido como pensábamos Eric y yo.
-¿Es este su marido?-me preguntó la medicó forense.
Asentí con la cabeza, cayéndome unas cuantas lagrimas por el rostro, me lo cubrí con una de las manos. La joven me dio una servilleta, me sequé  el rostro. Me acaricié el dedo anular. Vi como el agente tomaba notas en una libreta. Me agobié un poco porque el cuarto, aunque era grande, no me gustaba estar mucho en una sala donde había gente muerta y encerrada en una nevera. Me da mal presagio. Además no podía soportar el hedor que echaban, como el que estaba desprendiendo ahora mismo mi marido. Fingí el lloro.

El agente me dijo que le siguiera fuera de la sala. Vi como volvían a cubrir el cuerpo de mi difunto marido. Salimos del edificio y me subí a mi coche, seguí al joven en su coche patrulla. Llegamos hasta el cuartel de la Guardia Civil en Loeches, entramos en el edificio. No había mucha gente, el interior estaba iluminado por los rayos del sol. Seguí al policía hasta el final de la planta donde nos encontrábamos. En frente nuestra había un despacho muy grande, me fijé en que era el más grande del piso. En ese momento el chico entró en él y esperé a que saliese. Esta vez no me senté en la fila de asientos vacíos que había delante mía. Salió el joven y me llamó con la mano. Entré en la habitación. En esta ocasión,  el cuarto me agobiaba tanto, porque era pequeño, aunque estaba bien acondicionado.


El hombre joven se fue, dejándome sola ante uno más maduro. De unos sesenta años, pelo negro, ligeramente  ondulado para un lado y cejas grandes encima de unos ojos grandes verdes. Este me ofreció asiento, me acomodé en un sillón de piel marrón.

-Buenas tardes, soy el teniente Gregorio Torrijos, estoy investigando la muerte de su marido. Tenemos información sobre el delincuente que atacó a su esposo...

Llamaron a la puerta, entró otro hombre maduro, más bajo de estatura que Gregorio, rondando los cincuenta, pelo canoso y ojos pequeños, del mismo color que los del teniente. El teniente se quitó su chaqueta y lo colgó en un perchero. Dio unos cuantos golpecitos en su mesa grande de madera y suspiró. El otro hombre se sentó en otro sillón de piel marrón, que había al lado mío. Gregorio pegó las manos y señaló con los dedos índices al invitado.

-Este es el sargento Jorge Sánchez, uno de mis mejores hombres al frente del caso.-el invitado carraspeó. Gregorio continuó.-Gracias a una testigo, hemos podido identificar que el sujeto llevaba un tatuaje de la bandera española en una de las extremidades de su cuerpo con su nombre inscrito, Eric, ¿le suena de algo?

-No.-respondí sin hacer que se me notaran los nervios.

-No le podemos contar más. Ahora es cuando empezamos a preguntarle.-continuó Gregorio- Según sus vecinos, en el último año, habían tenido algunas broncas con su marido, ¿es correcto?

-Sí.-respondí.-Aparte de eso... La tarde que mataron a mi marido, él y yo habíamos discutido y la cosa se caldeó.

Fingí el sollozo. Me inventé una historia sobre lo que ocurrió, minutos antes de que asesinasen a Antonio delante mía.

-¿Que ocurrió?-preguntó Gregorio, arreglándose su pelo ondulado.

-Antes de irnos a pasear.-tragué saliva.- estábamos en la cama, al principio haciéndolo, ya saben.- dije mientras me prestaban atención. - Luego empeoró la situación.

Jorge me miró y me preguntó.

-¿Que sucedió?-dijo mientras se frotaba sus ojos y carraspeaba.

Me acaricié el dedo anular y continúe.

-Empezamos a discutir y él me cogió del pelo al ver que yo le llamaba mentiroso. Jamás habíamos llegado a las manos, pero esta tarde ha sido diferente.

-¿Sobre qué discutían para que se diese esa situación?-preguntó Gregorio.


-Sospeché que tenía un amante.-respondí. Pensé en algo rápido para contarles.- Todo empezó hará unos meses, antes de llegar al pueblo, en Madrid. Creí que Antonio tenía otra mujer porque cada vez que venía del instituto, olía a perfume de mujer.
-¿Sabe quien era?-preguntó Jorge.
-No.
-¿Habían discutido sobre ese tema antes?
-A veces discutíamos en Madrid, pero era un buen hombre.-tragué saliva.
-Así que lo que nos está contado es que su marido no era un hombre violento.-dijo Gregorio mientras se acariciaba otra vez su pelo ondulado, luego pegó las manos y me señaló con los dedos índices.
-Solo ha sido esta tarde, si a eso a lo que se refiere. Antes de que le asesinasen-contesté afligida.
-¿Tenía enemigos su marido?-preguntó el Gregorio mirándome un poco descaradamente.
-No, creo que no. Todos sus compañeros le querían y sus alumnos decían que era un buen profesor. También lo aseguro yo, que me dio clases hará años.

Gregorio sacó su móvil y me enseñó varias fotos. Me miró descaradamente sin que el otro se diera cuenta. Jorge carraspeó. Pensé que a Gregorio le gustaba y estaba esperando a que le dijese un sí. En las fotografías salía varios hombres, con antecedentes, entre unos veinte y treinta años, con distintos tipos de peinados y complexiones. Cada uno de ellos tenía distintos antecedentes. Había uno que se parecía a mi Eric, aunque no era él. Jorge se acercó más y me explicó los diferentes delitos que cometieron.

Gregorio interrumpió a su hombre y preguntó.
-¿Usted vio al sujeto que mató a su marido?
-Sí, huí desesperada. Pero puedo recordar sus ojos.-miré a ambos, el sospechoso tenía el mismo color de ojos que los hombres de la sala. Continúe.- Tenía los ojos verdes oscuros, se parecía a este joven.- dije, señalando a una de las fotos. El señalado que se parecía a mi amante, tenía el color de ojos diferentes y distinto peinado.- Se parecía a este, aunque no estoy segura.


-Se llama Agustín Robles.-respondió Gregorio.- Se ha topado varias veces con la autoridad por venta de drogas en las puertas de algunas discotecas. Aparte, este tipo es peligroso y creemos que ha herido a algunas personas que eran víctimas de sus robos, ¿está segura de que no fue este tipo quien les atacó?
-No lo sé, pero se parecía.-respondí mientras me acariciaba el dedo anular.
-Da el aviso. Si este tipo ha estado en su pueblo, lo sabremos en seguida.-ordenó Gregorio a Jorge mientras se acariciaba su pelo ondulado.
Jorge carraspeó mientras se levantaba y cogía su móvil de la mesa, se despidió de mi y de Gregorio. La verdad es que cuando se fue, me sentí mejor, entre otras cosas porque no me gustan los hombres con el pelo canoso. Me reí por dentro, el teniente frunció el ceño y continuó.
-¿Sabía que su marido tenía una herencia?
-Sí, ¿porque me lo pregunta?
-Porque parte de la herencia iría a parar a usted si él sufriese daño alguno.
Sentí que él sospechaba algo, aunque no tenía ninguna prueba de que yo planease el crimen de mi marido. El teniente me señaló con los dos dedos índices.
-Mi teoría, alguien mató a su marido por el dinero y luego reparte la recompensa con su cómplice. Pero no el dinero de dicho robo, porque seguramente habría poco, sino la herencia que sacarían de todo esto. El crimen perfecto, hacen pasar un asesinato planeado por un robo y luego, más tarde, cuando la mujer heredara, lo compartiría con su compinche. Pero, ¿me pregunto quién sería el otro cómplice?- dijo, dubitativo.
-¿Cree que soy yo? ¿cree que planeé todo esto?-pregunté sorprendida.
-Yo no he dicho que fuese usted.
-¿Que me está queriendo decir?-pregunté asustada.

-Nada, solamente es una teoría. La pena es que no tenga pruebas para demostrar dicha teoría.
Me aterré por un momento porque creía que no me iban a soltar. Pensé en que seguirían  haciéndome más preguntas de las necesarias, que iban a registrar mis cuentas bancarias. Pero me tranquilicé al ver que Gregorio no tenía pruebas de ello.

El plan que hice con Eric, fue que él asesinase a Antonio y cuando me excluyeran de sospechosa y recibiera la herencia de mi difunto marido, lo compartiría con él. Al principio íbamos a señalar a Agustín Robles, el posible sospechoso, para desviar la atención de la Guardia Civil. Pero ahora, con la aparición de una testigo diciendo que el asesino llevaba un dibujo en una de sus extremidades, habría que cambiar los planes.

 Sabía que Eric y Agustín se conocieron en la calle, los dos se ayudaban mutuamente. Robles le daba pastillas a mi novio para que le ayudase a expandir su negocio. Agustín era un tío que tenía una cicatriz en su cara, producida por una pelea que se metió junto a mi novio en una discoteca. Los dos se enfrentaron al gorila que había en la puerta, porque este les prohibía la venta de droga. El hombre que vigilaba la discoteca, fue enviado al hospital por diversas costillas rotas, pero no sin antes, hacerle una raja con un cristal a Robles. Desde ese momento, Agustín fue apodado "cara cicatrizada". Algunas veces, tirando a muchas, Robles tenía problemas con la autoridad y había sido detenido varias veces por provocar peleas. Agustín no sabía el plan que habíamos hecho Eric y yo.

Eric y yo sabíamos que Agustín sería un chivo expiatorio para librarnos de la policía, dado que él llevaba varios robos con agresión a sus espaldas. Creo que estaba en libertad condicional.

Me acaricié varias veces el dedo anular mientras evitaba la mirada sospechosa de Gregorio, que no paraba de señalarme con los dos dedos índices. En ese momento, carraspeé y luego contemplé el despacho. Se me hizo más pesado estar allí al ver como el teniente sospechaba de mi. 


-¿Está segura que fue Agustín Robles quien atacó a su marido?-me volvió a preguntar.
-Como ya le he dicho, se le parecía, pero creo que fue él.-mentí poniendo cara de preocupación, mientras le miraba a sus ojos.
Mis facciones se pusieron un poco tensas, intenté fingir la cara de preocupación para que Gregorio no se diese cuenta de que yo había planeado todo esto. Sus ojos verdes se clavaron en los míos y me soltó.
-No tengo pruebas para retenerla, entienda que el cónyuge más cercano a la víctima en estos casos, son los principales sospechosos. Tomé mi tarjeta por si se acuerda de algo.-dijo, dándome una.- Así que le voy a pedir que no salga de la ciudad, por favor. Uno de mis agentes la acompañara al coche.
-Entendido.-respondí, sollozando un poco.
Nos dimos la mano y me fui al pasillo. Vi al sargento Jorge Sánchez dando pasos agigantados hacía el despacho de Gregorio. Este al verme, se despidió con una sonrisa de oreja a oreja. Luego carraspeó y entró en el cuarto. Me senté en una de las sillas pegadas a la ventana de la oficina. Pegué la oreja disimuladamente al cristal.
-He investigado a Agustín Robles, salió de la cárcel hará unos meses. Es la quinta vez que le dicen en un juicio que no le darán su pasaporte. Desde entonces, sus vecinos me han dicho que ha tenido muchas visitas de vagabundos en su portal. Mi teoría, es que todavía sigue vendiendo droga. Vive en El Ruedo. Voy a ir a visitarle.
-De acuerdo, llévate a alguien más, de acuerdo.
-Como quiera jefe.
Dejé de escuchar y miré a mi alrededor, no había nadie. Anduve deprisa para salir del cuartel. Hacía un calor infernal.  Toda mi vestimenta, al igual que mi rostro, sudaba sin parar. Sentí un escalofrío al pasar del frío que hacía dentro del cuartel, al calor  que hacía en la calle. Crucé a la acera de enfrente y entré en una cabina telefónica. Eché unas cuantas monedas. Marqué el numero de la casa de Eric.
-Vamos, cógelo-dije.
Un tono, dos, nada. Quinto, sexto, colgué.

Cogí el coche y me dirigí a su casa. Él vivía en el mismo barrio que Agustín. Aparqué y entré en su bloque, Eric vivía en un segundo piso. No me gustaba mucho donde vivía porque no podía soportar el olor a orina que había casi siempre en el exterior de su portal. Tenía las llaves de su casa. Entré, nada, ni rastro de Eric, ¿donde se habría metido?

Eché un vistazo a su pequeño salón con las persianas bajadas. Estaba un poco desordenado, con el mando de la play tirado por el sofá. A mí no me gusta mucho las consolas. Luego fui a su pequeña cocina donde la luz estaba dando en una ventana que había en frente mía. Los cacharros estaban sin fregar. Nada, no había ninguna pista de donde podía estar mi novio. Me agobié, al saber que la policía estaba detrás de Agustín, sabía que este no tenía ningún tatuaje en sus extremidades y mi Eric sí. Tuve un mal presentimiento porque creía que el teniente iba atar cabos. Me acaricié el dedo anular y me fui del apartamento.


Elsa

Una habitación de consulta, el aire acondicionado estaba puesto, las persianas bajadas, dado al calor que hacía fuera. Elsa Yang estaba asustada de lo que había visto, tenía pesadillas cada noche desde que vio el suceso. Todavía recordaba esos ojos marrones mirándola fijamente, con una gorra que le tapaba el rostro. Pedro rompió el silencio que había en la sala.
-Y decías que ese hombre cometió un crimen. Asesinó a ese hombre de color, ¿no?
El hombre se acarició el mentón y se ajustó su bata. Continuó hablando.
-¿Conocías a la victima? ¿o al agresor?-preguntó Pedro.
-No mucho, sabía que el difunto era un profesor y que estaba casado con una joven de unos veinte y pocos años. Quince años menos que yo.  Del agresor, no recuerdo nada excepto esos ojos marrones mirándome con frialdad y ese tatuaje con su nombre inscrito dentro de la bandera española, Eric.-respondió Elsa, ajustándose su falda que hacía juego con su camisa.

El doctor dio varios golpecitos con un bolígrafo mordisqueado en la mesa. Estaba pensando en cómo formular la siguiente pregunta. Su expresión escondía un turbio pasado. Antes de tocarse de nuevo el mentón reflexionó sobre que él conocía a un tal Eric que estaba asociado  con él en su otro trabajo. Pero no lo sabía nadie.

-La guardia civil investiga el caso, según tengo entendido. Seguramente hablaron contigo y tu les describiste a ese hombre, ¿no?- contó Pedro mientras anotaba las respuestas en una libreta que tenía en su mesa.
La joven se acarició su rostro asiático y puso las manos encima de la mesa del médico. Elsa asintió con la cabeza. Estaba asustada y quería que todo esto acabase. Pedro acarició un cigarrillo que se sacó de un bolsillo de la bata.
-¿Se puede fumar aquí?-preguntó Elsa con cara de sorpresa.
-Yo sí porque soy el jefe.-respondió el doctor con una medio sonrisa.
Lo encendió y la dijo.
-Quiero que hagas una cosa. Relájate y vuelve hacia atrás, hacía el momento en el que vistes a ese hombre, al asesino.
Los músculos de ella se tensaron, el médico se levantó dejando el cigarrillo en el cenicero y se puso al lado suyo. Tocó la frente de su paciente al verla nerviosa. Su cara estaba muy rígida. Los ojos pequeños de Pedro fueron cerrándose poco a poco, calmadamente. Suspiró y se dijo para sus adentros, "adelante".
-Te lo pido por favor, relaja la cara.-pidió el doctor.
Los puños de esta se abrieron poco a poco y relajó su rostro. El hombre maduro puso el dedo pulgar en la frente de ella. Ordenó a su paciente, que se trasladase mentalmente hacía el momento en que ella vio al criminal.

Elsa estaba paseando sola y hablando con sigo misma hacía el lugar de los hechos. Recordó a aquel hombre de pie junto a su víctima, de repente echó a correr como alma que lleva el diablo, hacía la misma dirección donde estaba la joven escondida. En ese momento, fue cuando los dos -testigo y asesino- cruzaron miradas. La chica pausó ese momento y se lo describió al médico. Este tomó anotaciones sobre todo lo que iba diciendo la mujer.
-Complexión media-repitió Pedro.
-Ojos marrones. No podía verle nada más del rostro-describió Elsa. 


-Tatuaje de la bandera española con su nombre inscrito.
-Metro setenta.
-Creyó que llevaba pantalones que hacía juego con su camisa.
No pudo recordar mas. Despertó. El médico la tranquilizó y volvió detrás de su escritorio. Miró la hora, las seis de la tarde.
-Hemos acabado por hoy, gracias por tu cooperación y saluda a tus padres de mi parte. Nos vemos en la próxima sesión-terminó Pedro cogiendo el cigarrillo, manoseándolo y poniendo el dedo pulgar hacia arriba.
-Espero haberte ayudado, nos vemos.-se despidió Elsa con aire de preocupación.
Elsa vivía en Torres desde hace un año, para estar con sus padres, ya que se estaban haciendo mayores. Trabajaba de enfermera: primero en un centro de salud en Alcalá de Henares, pero por culpa de los recortes la enviaron a otro puesto. Se trasladó al pueblo- Torres de la Alameda- trabajó en el mismo oficio pero en el pueblo y cuando estaba libre, ayudaba en la tienda de su padre, que le llaman Jorge en español, pero en realidad se llama Lee.
                                                                      
El padre vino de Pekín muy joven. Conoció a Marisa Rodríguez, la madre de Elsa y se casaron a los dos meses, tras encontrarse por primera vez en un supermercado, siendo él vendedor. Después del primer encuentro, ella quiso quedar con él cuando tuviera un hueco libre. Lo que más le enamoró de él, fue lo fornido y gracioso que era. Al nacer su hija, procuraron que tuviera  la mejor educación para que no tuviera que mal vivir en un futuro, por eso, estudió enfermería y se presentó a las oposiciones.

Tras ser testigo del crimen, Elsa confió en su compañero de trabajo, Pedro, Cabrera, un sicólogo y amigo suyo desde que ella empezó a trabajar en la consulta del pueblo(Torres de la Alameda), para que le ayudase a superar ese trauma. Pedro se ofreció a ayudarla. El hombre maduro estaba enamorado de ella desde el primer momento en el que se conocieron. Se llevaban cuatro años de diferencia.
Desde pequeña, Elsa, al no tener muchos amigos, empezó a hablar sola cuando no la veía nadie. Otro tic que tenía era el de chasquear muchas veces los dedos mientras paseaba.

Elsa vivía sola desde siempre, nunca ha tenido querer un novio hasta no estar segura de conocerle bien y de que aceptase su tic de hablar sola. Ella también estaba un poco enamorada de Pedro.


       Diario de A de Henares

 Torres de la Alameda/  un afroamericano encontrado sin vida en una de las calles de Torres de la Alameda.

Tras varios días de investigación, la Guardia Civil ha conseguido encontrar a un posible sospechoso de la muerte de Antonio López Linares. De la poca información que nos han podido dar: sabemos que el culpable se llama Agustín Robles Sevilla, alias cara cicatrizada. Ha sido encontrado sin vida en uno de los callejones del barrio de la latina, al oeste de Madrid. La guardia civil junto a la Policía Nacional están intentando averiguar quién ha podido matar a este hombre y si tiene algo que ver con el caso de Linares. Según parece el cadáver fue encontrado por un comerciante que estaba tirando la basura y halló el cuerpo sin vida.

La Guardia Civil en colaboración con la Policía Nacional, han averiguado que la víctima se juntaba con malas compañías y había sido detenido y acusado varias veces sobre venta ilegal de droga en las puertas de las discoteca. Aparte de eso, un hombre que trabajaba como portero de una discoteca ha denunciado públicamente a Robles por pegarle una paliza. Aseguró que había otro tipo junto a él, pegándole. Los testigos no pudieron identificar al otro sujeto dado que escapó cuando se montó el bullicio al final  de la lucha.

Lo que sí está claro, es que todavía no tienen ninguna prueba de lo sucedido en el caso de Antonio López Linares. Aunque han averiguado que Antonio Linares había heredado una fortuna por la muerte de sus padres. La Guardia Civil no ha hecho ningún comentario más hasta no estar seguro de quien ha matado a este hombre y si tiene algo que ver con el asesinato de Agustín Robles


Eric

Estaba con la gorra puesta y la visera mirando para abajo, apoyado en una pared de ladrillos. Era de noche, debían ser la una o las dos de la mañana, corría un poco el aire. Masticaba con la boca abierta un chicle de menta, estaba esperando a mi gata rubia. Miré al cielo y vi las estrellas. En ese momento me acordé de como sangraba ese cerdo de Antonio Linares. Me ponía enfermo verle acariciar a Emma con esas manos de viejo. Aunque de todas formas, desde que supe lo de la herencia del marido de mi amante, ya no me interesaba compartirlo con ella, aunque es cierto que la necesito para matar a la testigo. Pero siento cierto afecto por Emma.

En lo único que pienso ahora es que hacer con tanto dinero. Como dice la frase: "no hay honor entre ladrones".

Leí en el periódico que la testigo de mi crimen había descrito mi tatuaje. La Guardia Civil me podían identificar por ese detalle, aunque no tenía ningún antecedente. Sabía que Emma había estado en mi piso por la nota que me había dejado en la mesa del salón, dentro de un periódico. Llamé desde una cabina telefónica a su móvil. Hablé menos de un minuto y quedamos en vernos a estas horas de la noche. Fui a una tienda y me compré un traje de la Guardia Civil.  Mentí, diciendo que era profesor de un instituto y que era para una función cuando en realidad iba a usarlo de señuelo para encontrar a dicha joven que me vio huir del crimen de Antonio. No tenía ni idea de cómo se llamaba, ni donde vivía, pero si me acuerdo de su esbelta figura y que era asiática. Deduje que como estaba paseando por el pueblo, sería de aquí. Así que empecé a buscarla. Pensé en rastrear el pueblo de arriba a abajo. Pagué en efectivo el traje, para que no hubiese rastro de mi. Empecé por la noche, a eso de las doce. Fui oteando en las casas más próximas a la pequeña montaña, cerca del Polideportivo de Torres de la Alameda. Fijándome en cada rostro para ver si coincidía con la de la testigo. Padres jugando con sus niños en el parque a estas horas porque antes hacía mucho calor. Nada. Parejas dando un paseo veraniego. Aparqué el coche arriba, en una calle donde había quedado con Emma y esperé. No había ningún rastro de mi novia. Me puse la sudadera y me metí la navaja que llevaba  en un bolsillo.

Al salir del trabajo, por mi cuenta, sin decir nada a mi chica, investigué a la testigo.

Averigüé que ella vivía en la calle que había al otro lado de donde yo estaba. Oí voces que provenían de abajo. Miré y vi a dos hombres que iban paseando por la calle que estaba al lado de la de la testigo. Caminé despacio y sin que me vieran. Me fijé en como ellos torcían a la derecha. Ellos contemplaron un coche deportivo rojo que había en frente de una casa.

Uno de los hombres sacó un bate de beisbol y lo restregó por el coche. Crucé la calle y me oculté  detrás de una pared blanca que había en una esquina. Eché una rápida ojeada adonde me había escondido y vi que era la esquina de un patio de un colegio. Aparté unas ramas de un árbol casi seco, que sobresalía por una de las vallas de la escuela. Vi a los dos ladrones hablando en bajo sobre lo que iban a hacer. Pensé de quien sería ese coche tan rápido. En ese momento, uno de ellos me vio de lejos y vino hacia mí. Me metí el chicle a un lado de la boca. El tipo era fornido y vino lanzando chulerías. Me acerco a él y le respondo de la misma manera. El desconocido se frotó un lateral del bigote mejicano que tenía, miro a su compañero que era de la misma complexión pero de distinta altura.
-¿Me estas chuleando tío?-me contestó a la respuesta que le había dado.
Miró a su colega. El otro se tocó la calvo rota.
-Creo que lo hace Chori.-respondió su amigo.
-¿Sabes quienes somos?-me preguntó el Chori.
-El Chori y el Rata.-respondió el otro ladrón rascándose la calvo rota de nuevo.- nos tienen miedo y nos respetan en el pueblo.- siguió, enseñándome su boca que olía a alcohol. Entre medias de sus dientes, me señaló su colmillo de oro.
-Ese diente de oro se lo arrancó a un tipo que se peleó contra él. Ahora, su antiguo dueño esta en el hospital, ¿me comprendes?- me amenazó el mejicano.
Me quité la gorra y saqué mi cartera fingiendo ser de la autoridad. El Chori me miró con ojos de sorpresa y luego giró la vista hacia a su amigo. Los dos se mofaron de mi y luego el que tenía el bate me señalo a la cara con él. Fruncí el ceño y miré al que me apuntaba serio.
-Nunca he dado un aviso, pero te daré uno: o apartas el bate o te lo meto por culo y te lo sacó por la boca-dije mientras retaba con la mirada a los dos ladrones.

-Vete a tomar por el...-me dijo el Chori apartando el objeto de mi cara y cogiéndolo para darme con él.
-Tú mismo.
En ese momento me intentó dar, pero falló. Le di una patada bien fuerte en la rodilla. Oí como crujía. Saqué la navaja del bolsillo y le cogí del cuello rápidamente, con la hoja afilada, le rebané la garganta. Me salpicó un poco la sangre en las manos. El Chori cayó muerto en medio de la calzada. De repente El Rata se abalanzó a mí, haciéndome perder el arma de las manos. Estando en el suelo, miré donde había ido a parar el cuchillo. Intenté quitarme al Rata de encima, pegándole en su escroto. Él aulló y aproveché ese momento para coger mi arma. El agresor intentó agarrar el bate de beisbol que su compañero tenía entre sus manos. Me miró y volvió a la carga. Esquivé su golpe y le hice un corte en uno de sus hombros. Volvió a gritar, corría como alma que lleva el diablo hasta la casa donde estaba el deportivo que intentaban robar, tirando el bate por el camino. Llamó al timbre, me escondí otra vez detrás pared del colegio.

Vi como salía una joven con una bata azul a la puerta principal. Recibió al herido y se lo llevó adentro de su casa. Me fijé que era la misma mujer que vi al huir del crimen de Antonio Linares. Esa sería la testigo que iba a romper los planes de quedarnos con la herencia y de la que había oído hablar Emma a los Guardia Civiles. Pensé que tendríamos que pasar a un plan B.

Miré a mis alrededores, no había nadie. Tampoco vi ninguna cabina telefónica, y sería arriesgado dejar el lugar del crimen sin vigilancia. Llamé por el móvil a Emma. Primer, segundo, tercer tono. Al quinto lo cogió.
-Te necesito ya. Cuando llegues a esta dirección-dije mientras miraba la calle-aparca en los contenedores.
Colgué y cogí de los brazos al muerto, pesaba más que yo. Lo arrastré a toda prisa hasta los contenedores que había en la esquina izquierda . Levanté la tapa de uno de ellos y metí el cuerpo dentro. Al hacerlo, noté como me crujían las costillas. Miré a ambos lados y no vi a nadie en las proximidades.

Me puse la gorra con la visera para bajo y seguí masticando el chicle con la boca abierta. Pensé en que no había que limpiar la sangre del suelo, dado que esta calle estaba poco alumbrada y nadie se despertaría hasta dentro de seis horas. Esperó que a esas horas ya esté en mi barrio y haberme cargado a la testigo. Así que pensé en ponerme el traje de Guardia Civil y actuar.

Elsa

El despertar que tuvo Elsa, le quitó el sueño, por que habían llamado a su timbre a las tantas de la noche y  había socorrido a un hombre malherido. Sus pensamientos no estaban muy claros: no sabía quién era ese hombre, ni si se debía fiar de él. Así que aprovechó al estar él descansando un poco en el sofá del salón desastroso que ella tenía, a mirarle sus extremidades por si había algún tatuaje de la bandera española con el nombre de Eric inscrito. Nada, al examinarlo bien, se tranquilizó, pero pensó ¿qué estaría haciendo por mi calle? Le dejó descansar unos minutos hasta que recobró el conocimiento. Estando ella cerca de él, este apretó fuertemente el brazo de la joven. Ella lanzó un gemido y le golpeó con el otro brazo la cabeza. Este reaccionó soltando su mano y levantó la mirada. Le dolía mucho la frente y un poco el hombro de la herida que tenía. Vio que estaba vendada. El Rata se tocó la calvo rota y vio a la dueña de la casa. Le pareció preciosa, pensó mientras miraba su esbelta figura con curvas, con esos ojos marrones con los que ella le estaba mirando, le había enamorado también su aspecto asiático. Ella rompió el silencio.
-Ten cuidado tío, ¿cómo se llama?
-¿Y tú? ¿dónde está mi colega?-preguntó asustado El Rata. Cambio su postura, de estar tumbado, a sentarse cómodamente.
-No sé de quién me hablas, pero solo te he visto a ti, llamando insistentemente al timbre. No había nadie más, te he traído a mi casa y te he vendado la herida que tienes en el hombro.-dijo ella señalando a dicho vendaje.- ¿qué te ha pasado? ¿quién te lo ha hecho?


El Rata reaccionó enseguida al ver como ella cogía el móvil para llamar al ambulatorio. Este vociferó un "no".  La joven asiática hizo un chasquido con sus dedos mientras con la otra mano se le caía el móvil al suelo.
-¡No llames a la policía!, te lo pido por favor.-gritó El Rata mientras veía como esta recogía su teléfono.- te contaré lo que quieras.-decía mientras se frotaba la calvo rota.
-¿Quién eres? ¿ y qué hacías por mi calle?-preguntó Elsa recogiéndose su pelo liso.
-Soy El Rata, seguramente has oído mi nombre por el pueblo.- dijo mientras se reía.- Tu cara me suena de haberla visto alguna vez , ¿trabajas en el ambulatorio?-preguntó mientras veía un diploma del instituto de medicina dorado colgado en la pared.
Ella se fijó adonde estaba mirando.
-Sí, soy enfermera ¿Rata es tu verdadero nombre?
-Vicente Arroyo, ¿ y el tuyo?-preguntó este.
-Elsa Yang.
El hombre maduro se fijó en el desorden del cuarto y la criticó.
-Tienes el cuarto más sucio que mi sobrino pequeño-decía mientras se frotaba los dientes con un dedo.
-Ah, sí.
-No, en serio, gracias por curarme.-dijo este mientras se levantaba del sofá.
Al hacerlo, le dolía la venda. Se quejó. Ella le sostuvo por un momento y le dejó que se apoyase en un mueble que había cerca del sillón, dado que ella no podía mantener su grueso cuerpo todo el tiempo.
-¿Quien era tu amigo? ¿el que me decías donde estaba antes?
-Daniel Mora, alias el Chori.-respondió.
-¿Y qué le ha pasado?
-Estábamos dando un paseo y giramos por tu calle cuando de repente un ladrón con una fuerza inmensa nos atacó, mi amigo se defendió y ese hijo de perra le mató, cortándole la garganta.- respondió Vicente, contándole la mitad de la historia.
-¿Y por qué no querías que llamase por teléfono?

-Hemos tenido, mi amigo y yo, encontronazos con la ley.- jactó.- ya sabes, por fumar marihuanas.
-Sí, pero deben enterarse de lo sucedido. Además te voy a llevar a mi trabajo.-dijo Elsa, levantándose con decisión.
En ese momento se asustaron al irse las luces de repente dentro de la casa. Comprobaron que no había luz. Pese a que Vicente era el más mayor de los dos-se llevaba once años de diferencia con Elsa-, tenía miedo de lo que sucedía. Tocándose la calvo rota, le suplicó a la enfermera que le acompañase afuera. Al hacerlo, comprobaron que efectivamente alguien había estropeado el generador que estaba en un rincón del patio trasero. Salieron afuera, a la calle. Estaba poco alumbrada, Vicente señaló hacía el medio del asfalto. No había nada, ningún cadáver. Pero al acercarse este junto a la mujer madura, vieron un rastro de sangre que seguía hacía abajo. Elsa se llevó la mano a la boca. Tras eso, cogió su móvil.
-¡No!, no llames a la policía.-gritó Vicente estando frente a ella y echándole su aliento a alcohol.
Esta vez, Elsa no se asustó y le dijo que se lo explicase.
-No puedo hacerlo, de acuerdo. Tengo que encontrar al Chori.-explicó el hombre calvo rota llevándose un dedo a la nariz.
Ella hizo caso omiso y pulsó una tecla, Vicente se acercó a Elsa y tiró el móvil al suelo, pisándolo varias veces más. Tras eso, se alejó calle abajo y miró en cada contenedor que había en una fila de una acera.

No había cuerpo. Él dio varios golpes con sus gruesas manos a una farola que había cerca de las basuras. En ese momento, pisó un pequeño charco de sangre que había en la calle. Se agachó y vio marcas de vehículo cerca del rastro.

Su mente de ladrón empezó a maquinar ideas y conjeturas. Dedujo que a su amigo le habían matado y metido en un maletero de un coche. Pensó que el tipo que asesinó a su colega puede tener algún cómplice y está en alguna parte. Tal vez se hallan largado ya. Tal vez aún sigan aquí. Cogió su móvil y marcó el numero de su amigo. Un tono, dos, tres. Nada, saltó el contestador.
-Maldita sea, ¿dónde demonios estas Chori?-se preguntó Vicente cabreado, mientras se tocaba su frente sudorosa.

Elsa se asustó y viendo la situación, decidió esperar a ver que hacía el hombre maduro.

Emma

Estábamos cerca de la casa de Elsa. Estaba sentada en el asiento del conductor, cansada y vi que mi vestido estaba manchado de sudor. Me dolían los brazos, era de haber mantenido tanto tiempo en brazos una parte del cuerpo de un hombre que pesaba más que yo. Me olí una de las mangas por si tenía algún rastro del cuerpo que acabábamos de esconder en el maletero. No sé,  que llevase alguna colonia.  Eric entró dentro.
-¿Que hacemos ahora, eh? ¿por qué has tenido que cargarte a ese tío?-pregunté nerviosa.
-Le di una oportunidad, no me hizo caso y le maté.-respondió este tranquilamente.
-Pero...
-Pero gracias a esa muerte, he encontrado a nuestra testigo. Las malas noticias.- dijo mirándome con esa mirada que tenía tan fría mientras se ajustaba la visera de su gorra.-  Que hay que cargarse a dos personas, el amigo del Chori y a nuestra testigo.
-¿Y qué hacemos con el cuerpo? porque no lo quiero tener en el maletero de mi coche.- reproché mientras señalaba con una mano hacía la parte de atrás.
-Tranquilízate, yo me ocupo.
-¿Cómo?
-No lo sé. Pero nuestro objetivo ahora es acabar con los que están en la casa.
-¿Y cómo lo hacemos?
-Vete hacía su casa, finge que tu coche se te ha estropeado. Mientras yo le cargo el muerto a nuestra testigo.
-¿Y con el otro tío?-pregunté mientras me acariciaba el dedo anular.
-Está herido. Si se bajan los dos a mirar lo de tu coche, los enviaré al otro lado.- dijo Eric relajamente.
-A propósito, he leído en las noticias que Agustín Robles ha aparecido muerto en un callejón de Madrid, ¿tú sabes algo?-pregunté asustada.


-Dado a que había una testigo que me ha identificado como el asesino de Antonio por un tatuaje y tú has señalado a otro hombre como sospechoso. No he tenido más opción que llevar a ese "señuelo" a un callejón del barrio de la Latina y convencer a uno de sus competidores que conocía de antes, que Agustín se estaba acostando con su novia. El gitano se enfureció tanto, que me aseguró que el mismo se cargaría a ese mamón. Asunto resuelto.-terminó con una sonrisa de oreja a oreja.   

Me daba miedo lo que estaba oyendo, pero nuestra nuestra única oportunidad para conseguir la herencia de Antonio Linares era matar a la testigo. Así que apagué el motor del coche y salí de él. Mi novio hizo lo mismo. Corría un poco de aire  fresco.
-¿Eh?-me dijo mientras avanzaba hacía mi.
Me dio un beso forzado y me dijo "adiós, mi gata rubia". Tras eso, fui caminando con mi vestido ceñido que hacía juego con mi falda a la casa de la testigo. Eché un vistazo rápido a los alrededores. Solo había una furgoneta aparcada en la que parecía haber alguien en su interior, pero estaba oscuro.

Fui andando hacía la dirección que me había dicho antes de meter al Chori en el maletero. Giré unas cuantas calles a la izquierda y otra a la derecha. Luego seguí por una que iba para arriba, camino al polideportivo. Vi la primera casa a la derecha, era alargada y blanca. Delante de la morada, había un deportivo rojo muy bonito y pensé, "ojala lo tuviera".

Me acaricié el anular pensando en cómo decirle lo del coche y hacer que me acompañase el hombre también.  Llamé al timbre, al quinto sonido salió una mujer madura asiática, esbelta y con curvas. Vestida  con una camisa de verano. No vi a ningún hombre. Al abrir la puerta, me miró con una expresión muy extraña. Creyó haberme visto en alguna parte. Ella me preguntó.
-¿Que la sucede?
-Se me ha pinchado una rueda y no tengo otra. He tenido que venir andando porque el coche está a dos calles de aquí. No he encontrado a nadie por la calle ¿Puede ayudarme con el problema? ¿Tiene una rueda de repuesto?

-¿Tienes móvil?, es que mi casa está apagada y no consigo arreglar mi generador. Y mi teléfono esta sin batería.-me respondió ella mirando hacia la puerta de su casa, que estaba medio abierta.
-¿Como se llama?-pregunté.
-Elsa Yang.

Tras eso, ella se metió para adentro. Volvió. Ella estaba sola y haciendo chasquidos con un dedo. Bajamos la calle y miré su vestimenta, pensé que era cutre. Me acaricié el anular y pensé en donde estaría el otro tipo. Me giré y vi a mi acompañante hablando sola. Ella me miró y se disculpó por haber estado haciendo eso.

Un hombre bajó como alma que lleva el diablo hacia nosotras. Pensé que como no había nadie por las calles, tendría que haber salido de la casa de Elsa. Él le dio unas llaves a esta, se lo agradeció.
-¿Has cerrado?-preguntó Elsa.
-Sí, tranquila.-respondió el hombre.
Era fornido, un poco grueso y no era muy guapo. Los llevé por donde había venido. El hombre maduro no paraba de hablar sobre él y me preguntó sobre si le conocía. Le respondí que no. Insistió muchas veces. Los dos me preguntaron sobre si era la esposa de Antonio Linares, les conté brevemente lo que sucedió con mi marido, mintiéndoles en casi todo.

Vi mi coche pasar al lado nuestro. Dentro estaba Eric, en el asiento del conductor. El plan era dejar a la víctima que tenía en mi coche, dentro de la casa de Elsa mientras Elsa, el tío feo y yo íbamos -en teoría hasta mi coche- que ya no estaba en la calle que había mencionado antes. Habría desaparecido. Eric forzaría la cerradura y dejaría el cuerpo sin vida del ladrón dentro de la casa de Elsa. Cuando volviésemos, mataríamos a todos.

Pasó cerca de nosotros, antes de que los otros se dieran cuenta de que pasara, grité.
-¡Es por ahí!
Ellos se asustaron. A mi casi se me salé el corazón del gritó que pegué. Al acompañarlos, vi que no estaba mi coche aparcado y dije.
-No está mi coche, ¿dónde está?-pregunté, fingiendo el sollozo.

Elsa y el tío feo se miraron sorprendidos y me consolaron. Al llegar a casa de Elsa, vi en su puerta de la calle, a un hombre corpulento y con una gorra de uniforme, apoyado en la pared. Sabía que era Eric vestido de Guardia Civil. Pensé que el coche estaría en la otra calle. Elsa se asustó y se adelantó a ver lo que ocurría.
-¿Qué ocurre?-preguntó esta.
-Buenas noches señora, soy el teniente Alberto López. Un vecino dice haber oído un ruido en su casa. Al acercarme, me he fijado que su puerta estaba abierta. Venía a echar un vistazo a su vivienda para corroborar que no ha sucedido nada.
-Voy con usted-dijo Yang mientras Vicente le lanzaba las llaves y esta las cogía al vuelo.
-Ustedes quédense aquí.-nos ordenó Eric.
 Eric y Elsa pasaron adentro mientras Vicente se tocó el mentón y dijo.
-Este tío me suena de algo, aunque no se dé que.
Vi como se rascaba la cocorota. Después de unos minutos, entramos también en la casa de Elsa. Nos fijamos en que el generador seguía estropeado. Cuando entramos dentro, se me cayó una foto en la entrada principal. Vicente se dio cuenta y la cogió. Se le encendió la bombilla y dijo enfurecido.
-Este es el cabrón que mató a mi colega.-soltó Vicente, hinchándose la vena de su frente al reconocer a Eric, que estaba al lado mío en la foto.

Eric

Eric dejó a la testigo-Elsa-, que echase un último vistazo a la cocina para ver si faltaba algo. Él admiró la bonita figura de Elsa y se dijo por dentro "que pena que tenga que morir". Este cogió una sartén que estaba colgada de uno de los ganchos que había en una estantería cromada. Al levantar este el hombro, ella vio a través del reflejo de la ventana, la bandera española con el nombre de Eric inscrito. Al darse la vuelta, ella notó un golpe fuerte en uno de los lados de la cara. El efecto del golpe hizo que se cayese al suelo. Eric oyó como Vicente discutía con Emma en otro cuarto, empuñó la navaja que se sacó de un bolsillo.


Eric se acercó sigilosamente por detrás al tipo que estaba gritando a Emma. El joven, con un brazo le agarró el cuello a Vicente mientras con la otra le daba una serie de puñaladas en el corazón. Vicente cayó al suelo sin vida.
-¿Y la testigo?-preguntó Emma tocándose su cabello rubio.
-Vamos a rematarla.- respondió este jactándose.
Los dos asesinos volvieron a la cocina. No la vieron. Ella se tocó el anular y le entró el miedo. Eric abrió con violencia todas las puertas de los armarios , intentando encontrar a Elsa. No hubo suerte, este se quitó la gorra y lo lanzó con fuerza al suelo, haciendo que se su pelo se alborotase. Se lo colocó un poco. Con sus ojos del color avellana hinchados, ordenó de malas maneras a su novia que la buscase.

Mientras en el porche, Elsa estaba escondida detrás de una pared, con la bata arrastrándole por los suelos. Miró asustada hacía la salida. Corrió como un coyote hasta la valla delantera, caminando hacia  la puerta del patio. Oyó  un grito que provenía del porche. Se dio la vuelta. Emma apuntó con una pistola de mentira a Elsa, pero al no estar la punta roja pintada por encima, parecía de verdad. Además la testigo no lo diferenció  bien.
-Acércate, vamos.- dijo Emma, no dejando de apuntarla.
Elsa Yang al estar dentro de la casa , la obligaron a ir al salón donde estaba el cuerpo sin vida de Vicente. Eric entró en la cocina. Saludó a la testigo mientras se peinaba un poco con un cepillo que cogió del baño. Con la otra mano sacó la navaja.
-Sabes, eres un testigo que hay que eliminar.- dijo Emma mientras ponía una sonrisa maligna.
-¿Por qué? ¿por qué yo?-preguntó Elsa asustada y con la cara hinchada de las lagrimas que le caían de sus ojos.
-¡Ay guapa! ¿de veras que no lo sabes?-se jactó la joven rubia.
-¿No me reconoces?-preguntó Eric riéndose.
 -No.-mintió Yang, mientras hablaba en bajo y hacía chasquidos con un dedo.
-¡Mentira!-gritó Eric agarrando a Elsa de su delgado cuello.
Yang echó un rápido vistazo a la pareja. No paró de caérsele lagrimas de los ojos, de lo aterrada que estaba.

El criminal agarró el arma, empuñándola hacía su víctima. En ese momento, Elsa con una mano hizo fuerza para que no se lo clavase, al final dio un golpe haciendo que él soltase el arma al suelo. Elsa le dio una patada en el escroto. Este se dobló de dolor. Las mujeres se miraron y empezaron a pelearse. Al final de tanto tirarse del pelo, Elsa empujó a su contrincante a un armario. El efecto del golpe hizo que Emma se cayese al suelo. Elsa se dio la vuelta y vio como Eric vino hacía ella corriendo y empuñando el cuchillo. Echó un rápido vistazo hacía el otro lado y vio a Emma levantarse. Se echó a un lado y este no lo vio. Siguió adelante y se lo clavó a su novia. Emma escupió sangre por su boca. Las gotas de sangre fueron a parar al uniforme de Guardia Civil que llevaba este. Eric, al darse cuenta de que había matado a su novia, se le hinchó las venas de sus ojos. Miró con frialdad a Elsa, que estaba agarrada a uno de los lados del sofá, jadeando. Este fue a por ella, haciendo que se diese la vuelta y cogiéndola otra vez del cuello. La mujer no respiraba bien por culpa de su asesino, que la estaba ahogando. Poco a poco se le iba cerrando sus ojos de color avellana.

-!Suéltala¡-gritó una voz masculina que estaba detrás de Eric, apoyado en el umbral de la puerta principal.
El agresor se dio la vuelta y miró al desconocido.


Pedro

Estaba frente a ese hijo de perra, el que iba a matar a Elsa. Avancé decidido y esperé a que Eric se diese la vuelta. Era un poco más pequeño que yo. Él me miró y me preguntó.
-¿Qué haces aquí Pedro?
-Sé lo que ha pasado, se que tu mastates a Antonio y a Agustín. Y si no sueltas el arma, te mataré.
-¿A ti que te importa esta golfa, verdad?-me preguntó el asesino acariciándose el mentón, mientras señalaba con la otra mano a Elsa.
-Mucho.
-Llevémonos bien socio. Te daré un consejo, lárgate de aquí y olvídate de esto.- sentenció Eric mientras acercaba más la navaja al cuello de Elsa.

-Sabes que no lo haré y yo te doy un ultimátum;  suéltala y te dejare escapar.-decía mientras me ajustaba mi chaqueta y estiraba un brazo con el puño cerrado.
-¿Como supiste que fui yo el que los mató?-preguntó mi socio sonriendo.
-No fue difícil. Supe gracias a un contacto mío que tú estabas liado con una joven rubia que era la esposa de un afroamericano que iba a heredar una gran cantidad de dinero. A partir de ahí,-decía mientras sacaba un cigarrillo y lo manoseaba. Me lo puse en los labios y saqué un mechero zippo.- no fue difícil deducir que estabas con esa joven por el dinero. Te conozco y sabía que planeabas algo con esa bombón rubia y haríais lo que fuera para conseguir el botín .
-¿Y Robles?
-Deduje que sería por que querías quedarte con su negocio. Eres un puñetero avaricioso.-respondí mientras encendía el cigarrillo.

Tras la primera bocanada de humo, le lancé el encendedor.
-¿Te acuerdas de esto?-le pregunté.
Este se jactó y respondió cogiéndolo. Le echó un vistazo rápido y se acordó del momento en cuestión.

Fue hace unos ocho años, cuando yo era un simple vendedor de pastillas en la calle. Esa mercancía era de un tal Rodrigo Fuentes, alias "el respetado" y el que me metió en este mundo. Trabajaba en Lavapiés. Era su mano derecha . Conocí a Eric y a Agustín en Lavapiés cuando ellos vendían por mi zona sus pastillas. Me ofrecieron un porcentaje módico por vender su producto. Consulté a Rodrigo y este aceptó. Lo de  regalarles a cada uno un mechero zippo, fue idea mía. Tras unos años, me convertí en el jefe de esa zona de Madrid cuando fue asesinado el que estaba por encima de mi por disputas domesticas, la mujer de Rodrigo empujó a su marido durante una pelea y mi jefe, con tan mala pata, recibió un golpe fatal, murió al instante.

Por otra parte soy sicólogo a tiempo parcial en el ambulatorio de Torres de la Alameda. 

Tras ese incidente, pasé de ser la mano derecha de alguien importante, a convertirme en un jefe. Aprendí a respetar a mi competencia y a tratar bien a los míos. Nunca se lo dije a nadie, ni siquiera al amor de mi vida, Elsa Yang.

En ese momento Eric me lanzó el objeto con rabia a la cara y me dijo todo chulo.
-¿Quien que te crees que eres capullo? ¿mi padre?
Mi socio fue a por mí con la navaja en mano. Guardándome el cigarro en el bolsillo, esquivé el golpe y le di un codazo en la espalda. Eric cayó al suelo. Por dentro estaba furioso porque amenazó a mi novia. En ese momento, me puse encima de él y le rompí el brazo. Un grito de dolor salió de la boca de ese cerdo. En ese momento, me preguntó dando patadas al suelo.
-¿Como supiste que estaba aquí?
-Por la descripción que hizo Elsa, te ha delatado idiota.- tragué saliva.- Cuando planés matar a alguien, nunca dejes cabos suelto.

Le di un golpe seco en la nuca que le dejó inconsciente. Me levanté y fui a la cocina, busqué por todas partes un celo para atar a mi socio. Le tapé la boca. Cogí el mechero. Tras eso, vi como Elsa  empezaba a abrir los ojos y a ver la situación con claridad. Me puse un pasamontañas para que no me reconociese. Ella al verme se sonrojó y se fijó en su salón. Al ver la situación, le dije que me siguiese con voz ronca. Agarrándola de su delgada mano, la llevé hasta fuera, a la calle. Estando en medio de la calzada, ella me miró fijamente a mis pequeños ojos verdes claros. Me dieron ganas de besarla en aquellos momentos.
-¿Quién eres?-me preguntó Elsa, mirándome fijamente. Estaba intentando averiguar quién había detrás del pasamontañas.
-Un héroe misterioso del que no se puede saber la identidad.- dije sonriendo y poniendo la voz ronca para que no me reconociese.
-Pero ¿por qué lo has hecho?
-Por ti, porque te amo. Y te amé desde el primer momento en que te vi.
Ella me levantó un poco el pasamontañas, la sujeté su mano para que no siguiera, así mantenía la identidad del misterioso héroe.  



Sus delgados labios me besaron por fin. La abracé mientras continuaba la pasión ardiente. Un rato después, ella me volvió a bajar el pasamontañas. Por un momento, creí que sabía quién era yo, al mirarme fijamente con esos ojos, color avellana que hacía que mi corazón se parase.
-Llama a la Policía y di que tu agresor está detenido y atado.-le dije.
-Gracias.- contestó ella lanzándome una sonrisa.
Fui caminando hasta el final de la calle a paso ligero. Estando en un cruce de calles, estiré un brazo a un lado y alcé el pulgar hacia arriba. Saqué el cigarro del bolsillo y lo manoseé. Lo encendí con el mechero y seguí andando.



Diario del Henares

 Torres de la Alameda/ afroamericano encontrado sin vida en una de las calles de Torres de la Alameda.

Noticias de última hora; parece ser que ha habido pruebas que han acusado a un hombre joven llamado Eric. Este fue encontrado atado con celo y con la boca tapada junto a la joven Emma  Gutiérrez García sin vida, la esposa de Antonio Linares y a otro sujeto que según los testigos se llamaba Vicente Arroyo, alias El Rata. La testigo, Elsa Yang, culpó de las muertes a ese joven llamado Eric. Por otra parte, Eric declaró que fue un hombre llamado Pedro Cabrera quien le dio tal paliza y le ató de arriba a abajo. La autoridad siguió esa pista, interrogando a Pedro y al final no les llevó a ningún sitio.

La Guardia Civil junto a la Policía Nacional descubrieron otro cuerpo en la casa de Elsa Yang identificado como Daniel Juárez, alias el Chori y amigo de Vicente. Ambos cuerpos policiales dedujeron que se trataba de una pelea entre Daniel y Vicente contra Eric. Eric los mató y llevó a las víctimas a la casa de Elsa para culparla. Emma llegó después. Emma y Eric quisieron matar a Elsa por haber sido testigo del asesinato de Antonio López Linares. Pero alguien al que no consiguen identificar, salvó a la testigo de la pareja criminal. Ella lo apodó "el misterioso héroe".

Ambos cuerpos policiales dedujeron que había alguien más en esa casa que peleó contra Eric, aunque no han obtenido ninguna pista.... De momento.